CRÓNICA DE UN PAJÚO

 

Futbol

Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta

Esto de ser machista o feminista, me cuesta verlo con buenos ojos; creo más bien en igualdad de derechos y deberes. Prefiero eso.  A veces me desagrada cuando veo posturas radicales en defensa o ataques hacia las mujeres, como cuando se señala que existe una forma irrebatible de vernos huérfanas: cuando nos pintamos las uñas. Hace pocos días lo viví. Y sólo acababa de ponerme un brillo con tratamiento endurecedor, pero igual me encontraba casi paralizada, inútil (llevaba dos capas), y eso de tocar cualquier objeto por minúsculo que parezca, o con la mayor precaución que dispongamos, siempre terminamos cagándola. Tú que siempre has tenido un pulso perfecto y la delicadeza de tus movimientos nunca te desampara, ese es el momento perfecto para tropezar, para temblar, para simplemente dañar el trabajo.

Terminada mi faena hogareña, me dispongo a ver la entrega del Balón de Oro, (porque eso es importante, no tener planes inmediatos que impliquen el uso de las manos), sintonizo el canal y me percato de que está ya por terminar. Oh no. Aquí se te indica el tiempo de transmisión, puedes grabar, adelantar, reiniciar una película, una serie, un partido de fútbol.  Y sí, la TV me muestra que ya había corrido más de la hora y media del programa. Así que con el mayor cuidado posible, intenté ir a menú para buscar la opción: Ver desde el inicio.

En ese inmedible e impreciso lapso en el que quité la vista del control para ver la pantalla del televisor, zas, no sé cuál botón pulsé. Frente a mis ojos todo era azul, azul profundo, nítido, agradablemente y terrorífico azul. Veo el control, veo la pantalla, veo en control y así, entré en pánico. ¿Cómo llegué allí? ¿Y cómo lograba retornar al programa?. Lo admito, la tecnología incluso básica y yo, en algún momento nos entenderemos. Ya comenzaba a sentir como fogaje y así, nadie consigue razonar; por supuesto que ya no me importaba si el brillo se dañaba, mi objetivo era lograr ver la entrega del premio y mi hijo -habilidoso y conocedor de la materia-, no estaba en casa, ni atendía el celular. En mi desesperación, parecía cajera de banco cerrando taquilla, o protagonista de Western en un duelo a muerte. No hay dedos más rápidos y ágiles en la historia de Texas que los míos en aquel desesperado momento. Yo podía apagar el televisor y esperar pacientemente a mi hijo, pero no (y en esto sí seré defensora de la mujer), cuando algo se nos mete en la cabeza, vamos con todo. Nada nos detiene. Yo tenía que conseguir  la señal de los canales y, en consecuencia, ver desde el inicio a los nominados. Una hora de espera, es una eternidad cuando inevitablemente sientes que un control de TV te puede dominar.

Luego de buscar un comodín en mi cabeza enardecida, recordé a un amigo y le llamé. Saludos, afectos, pero primordialmente, a lo que iba. Lo ametrallo con preguntas ante las que él no consigue responder con la misma rapidez con la que yo demandaba.

¿Cómo es que mi televisor se quedó sin señal? ¿Qué energía interplanetaria ha podido privarme de ver la entrega del Balón de Oro? Dios, me voy a perder la entrega del premio.

Soy fanática de los deportes, del fútbol como ese gran espectáculo de esculpidos y nobles cuerpos y piernas. De eso que llaman metrosexualidad, que hace de este apasionante deporte un placer por donde lo vean, y yo había esperado un año entero para saber quién se ganaba el codiciado trofeo. No me importaba a qué equipo perteneciera, sólo quería ver  la puesta en escena de los mejores, de estrellas verdaderas del balompié. Este frenesí quizá pocos lo entienden. Yo sólo quiero ver el programa, le dije repetidas veces mientras me indicaba cómo solucionar el problema, pero sin dar acierto. De ese modo, ante mi desesperación, y personificando al pajúo más grande de la historia, su boca sólo dejó salir:

Ah pero tranquila, ganó Messi.