ME REPUGNA LA DOBLE MORAL

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Belén González  / @mbelengg

No sé cómo describir lo que significa el bizarro anuncio de que el régimen del dictador venezolano Nicolás Maduro logró adjudicarse un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Una lista de términos como burla, afrenta, tragedia, incoherencia, estafa, ironía, ultraje, insulto, vejación, vergüenza, ignominia, y muchos otros, no bastan.

La razón es simple, para quien quiera ver las cosas desde la perspectiva del deber ser. Un organismo creado para fortalecer la promoción y protección de los derechos humanos en todo el mundo y hacer frente a la violación de tales derechos, traiciona sus propios ideales al aceptar la participación directa de un régimen que, según el informe presentado por la propia Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachellet, es responsable de casi siete mil ejecuciones extrajudiciales y de una sistemática represión contra sus adversarios políticos.

… un régimen que busca a toda costa legitimarse ante el mundo y evitar controles para seguir reprimiendo a placer.

Cualquiera con tres dedos de frente, como diría mi abuela, tiene que preguntarse con qué moral puede ocupar esa silla un dictador confeso, reconocido internacionalmente, responsable de la migración forzada más grande de venezolanos en toda la historia del país, que miente descaradamente sobre la situación fronteras adentro, y que encarcela a cualquiera que se atreve a exigir democracia y libertad.

Quién puede llegar a creer que el régimen venezolano se ocupa de respetar y aplicar normas para la promoción y protección de los derechos humanos. Cualquiera que considera que existe una mínima posibilidad de que eso suceda, es ignorante de la realidad de mi país, tiene problemas mentales o definitivamente vive en un espacio dominado por una doble moral que, sinceramente, apesta. 

El régimen de Maduro tiene ese asiento en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU porque lo negoció, como es habitual de forma oscura, con sus aliados del Movimiento de Países No Alineados, conformado por 120 naciones de Asia y África principalmente, quienes en julio de este año, reunidos en la capital venezolana, acordaron respaldar las candidaturas de Indonesia, Irak, Libia, Sudán y Venezuela en la ONU.

Un proceso en el que, por cierto, Latinoamérica votaba casi en bloque por Costa Rica. Lástima que tal medición de fuerzas sólo sirvió para demostrar que las instituciones terminan cayendo en el juego de los intereses políticos. En este caso, a favor de un régimen que busca a toda costa legitimarse ante el mundo y evitar controles para seguir reprimiendo a placer.

Para Venezuela esto es una nueva tragedia, que se asume ante el desconcierto y el asombro el hecho de que la institución llamada a defender nuestros derechos como seres humanos permitiera que una normativa electoral maleable nos golpeara con tal fuerza, haciéndonos sentir una vez más humillados y desprotegidos. Pero las malas decisiones siempre tienen consecuencias.

No me extrañaría que, este Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que vino a sustituir a una Comisión de Derechos Humanos sumida en una crisis de legitimidad tras 60 años de ejercicio entre decisiones parciales, politizadas y desequilibradas, termine igual o peor que su antecesora, y todo por culpa de su aparente moral distraída.

 

HAMBRE Y DIÁLOGO, A LA VEZ

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Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta

¿Qué tienen en común las palabras hambre y  diálogo? Depende del contexto, es evidente que le podemos encontrar sentido y pertinencia. Hay gente, que si tiene hambre no dialoga; se pone de mal humor. Hay otros que les da por dialogar para olvidarse del sonido de las tripas. Otros extremistas, descorazonados que, habiendo comido, se olvidan de los que no y les da por dialogar y dialogar, paja de la buena.

…como en todas las sociedades, o en la mayoría, para muchos la vida continúa, con hambre propia, alrededor o sin ella. La gente sigue yendo a la escuela, al trabajo; la gente se casa, y tiene hijos, es normal.

Lo que ocurre en Venezuela es a veces por demás asombroso. Pero que quede claro que no se trata de dos o tres realidades, es una sola, sólo que con distintos matices. Entonces, como el cualquier sociedad, hay gente que no come de forma habitual, otros que botan comida a la basura (sin ser un restaurante), sin darle mayor valor. También los que despilfarran, los que son bondadosos y comparten de su plato o lonchera, y los que ven en un contenedor una mina para abastecerse. Todo ocurre simultáneamente en un mismo país.

Éramos hace unos años, una sociedad medianamente común, en la que el porcentaje de personas con acceso a alimentación de la buena, era aceptable. Sin embargo, como en todas las sociedades, o en la mayoría, para muchos la vida continúa, con hambre propia, alrededor o sin ella. La gente sigue yendo a la escuela, al trabajo; la gente se casa con todos los lujos posibles (hasta en tiempos de guerras ocurre esto), y tiene hijos, es normal. Para la gente, digamos, común, es normal. Lo que no encuentro lógico, normal o admisible, es que aquellos que han sido elegidos para conducir el destino de un país,  ávida cuenta de que comen y muy bien, de que comen y beben licores añejados, y viajan campantes y sonantes por el mundo; tomen como excusa diálogos y chácharas para definir cuándo van a volver a comer decentemente los demás habitantes de su país, el pueblo. A ese al que indignamente representan.

No es a los que se casan, o a los que van al cine, o a los que se dan un chapuzón en la playa a quienes se debe criticar, juzgar o señalar, después de todo, algún mecanismo debe inventarse la gente para pasarse el suiche de la ya desgastada y cada vez más disminuida probabilidad de vida. No es con quien anda inventando estrategias de subsistencia con quien se deben gastar los cartuchos de la ira y del desprecio, sino con estos indeseables politiqueros que abierta y descaradamente continúan jugando con el ciudadano venezolano. 

Usted tiene derecho «a creer o no creer, he ahí el dilema». Pero si por creer, se reportencian los pseudo diálogos al mismo tiempo que su hambre, ese es realmente un problema de todos. Ahora bien, se entiende que la mayoría del país, de los ciudadanos que nada tenemos que ver con política nacional o internacional, desea una salida democrática porque ya estamos hartos de sangre y muertes inocentes. Sin embargo, mientras se piensa en la pacificación, van cayendo como piezas de dominó, niños desnutridos, jóvenes famélicos, y adultos y ancianos anclados en la tabla de restar…Todos son víctimas.

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No obstante, seamos incluso más honestos y realistas. Esto no es nuevo, la diferencia es que se le notan más las costuras. En septiembre de 2016, pese a las enormes protestas protagonizadas a las afuera de la sede donde se dio lugar a la Cumbre de Mnoal (Movimiento de Países No Alineados), para lo cual dispusieron de 14 mil funcionarios policiales (seguramente también víctimas del hambre y el engaño político), la fiesta no paró. Y así, Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y cuanta cumbre o reunión de mesa de diálogo se les ocurre o se inventan, todas teniendo como escenario el hambreado suelo venezolano, o fuera de él. Las víctimas son las mismas siempre.

No es con quien anda inventando estrategias de subsistencia con quien se deben gastar los cartuchos de la ira y del desprecio, sino con estos indeseables politiqueros…

No imagina uno estas reuniones de altos mandatarios, representantes diplomáticos y afines recibiendo un lunch tipo avión, y en la tapa superior el sello Clap como patrocinio, emblemática representación del hambre y del insultante descaro del Comité Local de Abastecimiento y Producción, que no abastece ni produce nada que no sea indignación. Que sería un detalle de lujo para que sepan lo que es bueno. Receta de su propia medicina, dirían los entendidos. 

Seguramente, en plena reunión se iría la luz y la planta eléctrica no funcionaría, porque los encargados de buscar el combustible aún están en la cola. Además, qué es eso de agua mineral o potable, vamos, beban de la purificada que proviene del Guaire, como lo prometió Chávez en 2005, con sancocho incluído.

Diálogos en Noruega, Barbados y a puerta cerrada en cualquier lugar secreto, so pretexto de encontrar una salida «democrática» a la crisis venezolana, no encierran más que intereses políticos -peor aún de carácter personal-, que sólo han dilatado el hueco en el estómago de millones de venezolanos. La mesa de diálogo es una careta, una mesa cuyas patas han dado al traste en nuestras narices, una y otra vez; una mesa que se cae solita frente a tanto bate quebrao y criminal disfrazado de político. Los propios macarras de cuello blanco cuyo tiempo y protagonismo expiró.

Entre tanto, uno se despierta en zozobra, con estupor pensando cuándo fue la última vez que -mientras estos desalmados del régimen y la oposición al pueblo siguen dialogando-, el ciudadano común se sentó en una mesa para llenarse el estómago con algo más que promesas y falsas esperanzas.