A MADURO HAY QUE MATARLO

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Dante Garnique / @dantegarnique

La guerra en Venezuela es psicológica, así las cosas; las ideas son balas. En Venezuela no corre la sangre, como en Irak o Afganistán; pero el número de muertos por causa de la dictadura criolla es equiparable. A Maduro hay que matarlo, esa es la única salida para acabar con la dictadura más despiadada del mundo moderno. Vino nuevo en odres viejos, no funciona.

Cada vez que llega a la mesa de debates de los especialistas el caso venezolano, las herramientas teóricas se agotan. Si en algo parecen estar de acuerdo sociólogos, historiógrafos, uno que otro comunicador social, algunos politólogos y otros estudiosos de los hechos sociales, es en que el caso venezolano es inédito.

… el engendro tiene características inéditas, los mecanismos para su confrontación y posterior extinción, tendrán también que ser inéditos…

Cuando esa dictadura haya acabado, se estudiará como un caso único, pero para que eso ocurra, primero tiene que acabar. No se puede practicar autopsia mientras hay vida. En ese sentido, el problema actual para Venezuela y el mundo académico, es que el monstruo sigue vivo y mientras tanto, ningún estudio es concluyente.

Se puede hacer una de dos cosas: sentarse a esperar el cadáver. Mientras eso se decide, Venezuela vive a merced de los caprichos del engendro.

Observando el caso venezolano, pareciera haber indicios de algún interés por darle un giro al modelo actual de toma de decisiones. Esa propuesta, encuentra, como es de suponerse, resistencia por parte del sistema. Ante la posibilidad de cualquier amenaza, el sistema activa sus propios mecanismos de defensa.

Los mecanismos de defensa del régimen venezolano involucran no sólo instancias gubernamentales, sectores oficialistas y toda la estructura estatal, sino también, sectores civiles y organizaciones sociales permeados ideológicamente por el régimen. La dictadura encuentra apoyos en: partidos políticos, algunos sectores de la iglesia y del ejército, gremios profesionales, ONG’s y una larga lista de actores de tendencia tanto oficialista como opositora.

Esos mecanismos de defensa del sistema, para el momento de la redacción del presente escrito, se manifiestan en su forma más recurrente, el llamado a elecciones. Ese es el tentáculo más fuerte del sistema represor venezolano.

… las elecciones son la garantía de la sobrevivencia del engendro dominante.

Habiendo aceptado que el engendro tiene características inéditas, los mecanismos para su confrontación y posterior extinción, tendrán también que ser inéditos; puesto que para su mordedura, no se tiene aún antídoto alguno.

¿Votar o no votar?, el falso problema. En el imaginario social contemporáneo, el voto ocupa un lugar privilegiado. En el subconsciente judeocristiano está arraigada la creencia popular de que las elecciones y las democracias son sagradas; una especie de Big Bang del orden social.

En el caso venezolano, en este momento, las elecciones son la garantía de la sobrevivencia del engendro dominante, ese es el punto que hay que atacar. Esa es la trampa que más se encuentra en el camino hacia la solución del dilema venezolano.

El régimen y sus congéneres se valen de antiguas creencias populares para seguir asegurándose el control absoluto en el ejercicio del poder. De esta manera, las fuerzas sociales organizadas en torno al poder y las que para lograr la simpatía de vastos sectores sociales, se hacen llamar opositoras, son copartícipes de mecanismos que fortalecen a la dictadura.

El llamado a elecciones en Venezuela, en este momento, es la estrategia más favorable para la consolidación del régimen autoritario. El desarrollo político de los últimos 70 años en Venezuela ha desembocado en una crisis de gobernabilidad inconmensurable. Muchas de las actuaciones de los autodenominados sectores de «oposición» se asemejan más a las actuaciones del oficialismo que a las actuaciones de quien quiere ofrecer alternativas de cambio en Venezuela.

Las relaciones existentes entre el régimen y la mayoría de los sectores políticos que se dan a conocer públicamente como opositores, se asemejan más a una relación simbiótica que a una relación antagónica.

… se hacen llamar opositoras, son copartícipes de mecanismos que fortalecen a la dictadura.

¿Quién es quién en Venezuela? La MUD no es la oposición, los chavistas no son el gobierno. La Dictadura aunque mucho se parezca, no es el fascismo; ya los historiógrafos, politólogos, psicólogos sociales, sociólogos y antropólogos sociales le asignarán la debida nomenclatura, llegará el momento.

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La MUD es parte del actual régimen, Maduro no es un individuo, es la encarnación del régimen de torturas en Venezuela. Los presos políticos no son la sociedad venezolana, son la materialización de la represión. Los niños que se mueren en los hospitales venezolanos no son el problema, las parturientas sangrando de hospital en hospital con la única esperanza de que ocurra un milagro para salvar su vida y la de su hijo por nacer, no son el problema. El problema es la existencia de ese régimen perverso.

Es inútil perder el tiempo en campañas para salvar a los niños o a las parturientas, o conseguir la libertad de los presos políticos. PDVSA ya se perdió, los bancos son problema de sus dueños, que si le quitan 20 ceros a la moneda, que si hay que votar o no, puro circo para el pueblo. El único objetivo en esta guerra es MATAR A MADURO, no al individuo, sino a lo que ese nombre representa para la actualidad venezolana.

Si se hacen elecciones y gana Maduro, se seguirán muriendo los muchachitos y las parturientas; también los presos políticos y el régimen continuará con los asesinatos sistemáticos a estudiantes, PDVSA no será recuperada y el Dólar valdrá un millón de bolivaritos o de maduritos. Pero si en cambio, si las elecciones las gana otro que no sea Maduro, entonces sí, se seguirán muriendo los muchachitos y las parturientas; también los presos políticos y el régimen continuará con los asesinatos sistemáticos a estudiantes, PDVSA no será recuperada y el Dólar valdrá un millón de bolivaritos o de maduritos. No es un pleonasmo.

La claridad de objetivos en una guerra es fundamental, pero no lo único necesario para ir sumando batallas exitosas. Sin objetivos claros, el triunfo es incierto; pero también lo es si no hay estrategia.

Por eso al régimen le interesa tanto las campañas en defensa de los muchachitos que se mueren en los hospitales y los deja morir, así como a las parturientas. Impide la entrada de alimentos al País, obstruye cualquier tipo de ayuda humanitaria, publica en Gaceta Oficial el cierre de PDVSA, llama a elecciones, cierra bancos, le cambia el nombre a la moneda y los colores a la bandera, etc, etc, etc; todo, para desviar la atención del objetivo central, porque ese es su objetivo, distraer y permanecer.

Con cierta recurrencia se cuestiona la nacionalidad del dictador. ¿A quién en Venezuela le interesa realmente la nacionalidad del dictador? El único objetivo sobre el cual se deben volcar todos los esfuerzos es sacarlo del poder y acaba con la dictadura.

Al caso venezolano podría llamársele Maduro, habida cuenta, que hay un individuo que así se hace llamar y que desempeña el papel de mandadero en un régimen urdido por mercenarios del poder que conciben la política como una empresa muy rentable. Pero eso tampoco importa, lo que importa es ponerle fin a la situación anómala.

Acabar con el actual régimen es el único objetivo de la guerra que se libra en Venezuela. Es hacia allá que se debe apuntar, hacia el payaso danzarín, después, si quieren, que le pongan polka o danzones o que lo vistan a rayas, eso, es lo de menos.

Miércoles, 16 de Mayo, 2018

EL PÁJARO AZUL

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Dante Garnique / @dantegarnique

¿A quién le importa Venezuela?

A los venezolanos.

Para el resto del mundo, somos una anécdota.

Venezuela ya no existe, Venezuela es un recuerdo, una pérdida, una ausencia. Porque aunque regresemos, ya no será al mismo lugar y la gente aunque sea la misma, ya no se reconocerá, porque será otra.

Ya los mangos y las guayabas no serán tan dulces. Los mangos de antes sabían a tarde libre, a merienda, a complicidad infantil; los mangos de ahora saben a carencia, saben a miseria. El pan más dulce del país dejó de ser lo que era, para convertirse en un símbolo. Una arepa con mantequilla ya no es la primera boronita de comida que una mamá venezolana le da a su hijo, ahora es un emblema, un bastión de gentes en el exilio.

Hablar de lo crocante de una empanada rellena con carne mechada hecha con bastante ají dulce, chorreada con crema de ajo y cilantro, puede ser una falta de respeto para tanta gente con hambre.

Describir el placer que produce en el paladar del venezolano una chicharronada o una arepa frita con chicharrón o un sánduche de pernil de los de La Encrucijada, hoy puede ser desconsiderado para con quienes no saben con certeza, si les alcanza el dinero para comprar unos racionados gramos de pan.

Una arepa con mantequilla ya no es la primera boronita de comida que una mamá venezolana le da a su hijo, ahora es un emblema, un bastión de gentes en el exilio.

Venezuela ya no existe, lo que queda es un montón de gente con hambre, desesperada y desesperanzada, más de 30 millones; queda una dictadura y un gran vacío.  Ya no existe, yo sólo no soy Venezuela. Venezuela somos todos con una sola idea, una idea que por estos días no está clara, una idea que un día tuvimos y que hoy no se sabe dónde está.

Los amigos ya no son como antes, ahora te eliminan de las redes cuando prevalecen las diferencias. Antes había diferencias que se olvidaban los viernes por la tardecita. Ahora, cuando alguien se enferma en Venezuela, ya no se piensa en comprar frutas o flores, sino en iniciar una campaña de recolección.

¿Quién llora la muerte de la confianza, de esa que nos permitía convertirnos en el mejor amigo de alguien a los 20 minutos de haberlo conocido? ¿A quién le importa que ya no podamos andar contentos a las tres de la madrugada por el barrio sin temor a ser sorprendidos por el infortunio?

Venezuela ya no existe, lo que queda son historias, esperanzas, deseos, ni siquiera hay proyectos, ni siquiera hay acuerdos, ni siquiera una bandera, ni siquiera un escudo, ni siquiera una moneda.

Para quienes seguimos aquí, Venezuela es un supuesto, algo en lo que no se piensa, como no pensamos en la respiración ni en los latidos del corazón. Quienes estamos aquí no tenemos tiempo de pensar, estamos ocupados en no dejar de existir.  Venezuela no es ahora ni una remota posibilidad, no es un plan, es, si acaso, algún deseo.

Antes había diferencias que se olvidaban los viernes por la tardecita.

La Venezuela de quienes se van, no es la misma de la de quienes se han tenido que quedar, ni la misma de quienes regresan, ni la misma de quienes regresarán. Son «Venezuelas» distintas.

Venezuela ya no existe, Venezuela se perdió, se perdieron los mangos y las guayabas y los amigos chéveres y el cilantro y el ají dulce, y las caminatas de madrugada y las llegadas por sorpresa a comer en la casa de la abuela o a tomarse el cafecito. Y es que hasta la abuela se nos fue y ni nos dimos cuenta, Venezuela ya no existe, Venezuela se nos fue.

No sabemos cuándo pasó, pero pasó, probablemente fue cuando nos dimos cuenta de que ya no estábamos, que ya no éramos, que aunque seguíamos siendo, ya no éramos los mismos. Teníamos el mismo nombre, sí; los mismos recuerdos, sí; recordábamos a las mismas personas, sí. Pero ya nada de eso era lo que había sido, pero es que hay maneras de dejar de ser, siempre se deja de ser, al segundo siguiente; pero dejar de ser y dejar de estar al mismo tiempo, no es lo mismo; ni para quien no está, ni para quienes no están.

Viernes 15.06.2018

A tí, que ya no estás.