
Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
Hace bastante tiempo que hemos tenido la oportunidad de ver películas o series televisivas que muestran la posible existencia de universos paralelos. Siempre creímos que todo era un asunto de ciencia ficción; sin embargo, en pleno año 2021, basta echar una mirada a la «realidad» venezolana para entender que no todo es producto de guionistas con mucha imaginación y fertilidad creativa. En un mismo territorio hacen vida dos mundos tan ambiguos, que superan el imaginario y el asombro personal y colectivo.
Y como cualquier asunto en la vida hay un génesis, en este también. Una vez que fue reelecto Hugo Chávez en diciembre de 2006, dio luz verde a un conjunto de nacionalizaciones de empresas de «sectores estratégicos» como el petrolero, el eléctrico, el telefónico y el alimentario. A partir de ahí, se radicaliza la transformación de Venezuela en una potencia, pero en reversa. El avance ha sido en materia de destrucción; la evolución va en dirección al desfalco y la corrupción. La prosperidad es sólo para los del régimen, quienes han cargado con toda la riqueza del país, como una especie de aplanadora, que destruye todo a su paso. Un escenario que se mantiene vigente.
…una verdad que abofetea por igual, a quienes han creído y apoyan a un proyecto que, de socialista y revolucionario no tiene absolutamente nada, y por supuesto, a quienes le oponen.
En Venezuela, como es consabido, las reglas son excepciones. Prácticamente nada se rige por la normativa, todo funciona de forma surreal, incluso en ambos universos, donde uno parece una obra pintada por Salvador Dalí; y el otro, una creación de Claude Monet.
Tanto Juan “El Interino”, como Maduro “Toño El Amable”, corresponsables, establecen decretos, promulgan leyes, firman convenios y, ambos, no sólo creen tener el don de mando, sino que les importa un bledo el destino del país y sus habitantes. Acerca de su legitimidad hay demasiado por explicar y argumentar (eso queda para otro momento).
Lo esencial ahora es destacar que, ilegítimos o no, para los ojos de muchos –nacionales o extranjeros-, Venezuela tiene todos los atributos del primer mundo en uno de sus universos, desde avionetas privadas, yates de lujo, plantas eléctricas, pozos privados de agua, seguridad de primera, internet satelital, que no necesariamente son producto del trabajo honesto de algunas familias; allí se beneficia todo aquel enchufado militante o militar del régimen (valga la redundancia).
A lo anterior hay que sumar los bodegones en distintas partes del país, abarrotados de productos nacionales e importados a precios intergalácticos que muchos no ven o compran desde la era del hielo, y que, sin embargo, podríamos encontrar fácilmente en cualquier cadena de supermercados en la Venezuela que yo conocí por décadas, ¿quiénes o cuántos pueden hacerlo ahora?, en una nación dolarizada, pero sin dólares, y sin salarios justos dada la hiperinflación que supone un manejo inadecuado de la economía, aunque se persista en culpar al “bloqueo impuesto por EEUU”.
En contraparte, ya en 2018, UNICEF alertaba de la situación de desnutrición que vivían los venezolanos, y cuyas proyecciones eran como un capítulo de terror escrito por Stephen King, sin estimar que todo empeoraría con la llegada del Covid-19, que –como es de suponerse-, ha golpeado a Venezuela, tanto o más que muchas naciones consideradas desde siempre como las más pobres del mundo.
En medio de la pandemia, la organización humanitaria británica Oxfam publicó en 2020 una alerta sobre «el virus del hambre» en la que Venezuela figura como uno de los diez principales «puntos críticos». En efecto, en un artículo publicado por la BBC News se indica que es uno de los países más seriamente afectados, en especial refiriéndose a los niños menores de cinco años. «Incluso antes de la pandemia, más de la mitad de la gente con hambre en América Latina estaba viviendo en Venezuela», según Oxfam. Como tuve la oportunidad de leer en Twitter: Muchos de estos niños ya perdieron años de vida sin haberlos cumplido.
Mientras en el universo de Dalí, en una rampante apariencia se muestra un país pujante, fortalecido y de primer mundo; en el de Monet resuena en el asfalto que a diario pisa la pobreza reinante, el compromiso de construir un Gran Gasoducto que llevaría incluso el producto al resto de Sudamérica, convertida ahora en la promesa de llevar leña para cocinar en fogones. En el medio: 20 años de saqueo al país.
…dos grupos de criminales disfrazados de políticos que se han lucrado a punta de la desgracia e ignorancia de millones de venezolanos.
Así pues, dos universos, dos TSJ, uno que funciona desde el exterior y otro dentro de casa, éste último en manos de un funcionario con antecedentes penales, lo cual no debería causar asombro cuando el propio cabecilla de la apocalíptica banda, es buscado internacionalmente por encabezar una red de narcotraficantes en el continente y fuera de él.
Por otra parte, en una Caracas, que gobiernan los pranes (otro tema álgido que requiere de mucho tiempo), donde impera la inseguridad, escasez de gas, agua, fallas eléctricas, y reina la calamidad, basta con llegar al pie de El Ávila y montarse en un funicular (que no es gratis ni barato tampoco), para hacer apuestas, comer y beber como burgueses en el casino que funciona en el Hotel Humboldt. Lujos que sólo un grupillo puede darse; al igual que hacer turismo interno a lugares como los cayos en Morrocoy o a Los Roques.
Pero lo más decepcionante de todo esto es que no se trata de la imaginación, sino de una verdad que abofetea por igual, a quienes han creído y apoyan a un proyecto que, de socialista y revolucionario no tiene absolutamente nada, y por supuesto, a quienes le oponen. En esto se incluyen, tanto quienes han logrado emigrar del país para procurarse un futuro más digno, como aquellos que siguen allí adentro tratando de sobrevivir y de comprender dónde comienza y dónde termina la línea fronteriza entre ambos universos, sin morir en el intento.
Dos presidentes, dos asambleas, dos fiscalías, dos tribunales supremos y, al mismo tiempo, dos grupos de criminales disfrazados de políticos que se han lucrado a punta de la desgracia e ignorancia de millones de venezolanos. Esta gente, a mi entender, no es de izquierda ni de derecha; no tienen moral, ética, principios ni respeto por el ser humano; simplemente, lo que prevalece es la demagogia, el dogmatismo y el populismo que usan como máscaras. Su única religión e ideología es el dinero.