
Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
En esta era de globalizaciones, en la que las redes sociales potencian su impacto, también sirven – además de medios para especular y exponer sobre nuestras vidas-, como tribunas de opiniones que cada vez evidencian de forma más vigorosa, que no importa cuántas pandemias amenacen la humanidad, su principal enemigo, es el hombre en sí mismo.
Cuesta determinar el origen de tanta podredumbre interior. Se asoma a diario, no sólo en publicaciones personales, sino aún peor, en los comentarios emitidos en las colgadas por otros usuarios. Hay un claro y absurdo empeño en querer tener siempre la razón, por encima de todo y de todos. Y a esto se suma, la aberrante tendencia a generalizar acerca de todo y de todos.
…el detalle estriba en la vorágine de contenidos que se difunden sin filtro ante los ojos de cualquiera.
Así se ponen de manifiesto las xenofobias; los fanatismos religiosos, políticos, sexistas. Los extremistas de naturalezas diversas pretenden convencer a los demás, que sólo ellos tienen la razón sobre lo que creen y piensan. Nadie tiene la verdad absoluta, pero el ser humano persiste en creer que sí, y pone todo su empeño en convencerse y desarrollar estrategias para que los demás también lo hagan. Las generalizaciones apestan y las imposiciones también. Si a usted le gusta la sopa, a todo aquel que no la coma, se le enciende la vida a punta de brasas a quema ropa, incluida Mafalda y, hasta a Quino, su creador, sólo por citar un ejemplo.
Todo esto, sin entrar en honduras, involucra de muchos modos a la denominada “generación de cristal”; esa que se ofende por minúsculas opiniones o pensamientos adversos. Pero que, al mismo tiempo, le encanta lanzar la piedra a la ventana ajena y esperar que otros recojan los vidrios. Recordemos que lo importante acá es ser «tendencia», al precio que sea. Que no sabe incluso diferenciar entre un pronunciamiento serio y la cuota de humor de un comediante.
Está prohibido hablar de algunos temas de manera natural e incluso especializada; sin que esto conlleve a reacciones inmediatas y alarmantes. Sin embargo, otro asunto preocupante aún más es que, en muchos casos, son los propios administradores de Twitter, Facebook e Instagram quienes, bien parados sobre su falsa moral, justifican determinados contenidos que no deberían estar al alcance de todos (pornografía, pedofilia, violencia contra niños y/o animales), mientras censuran asuntos banales, sólo porque “hay denuncias” que en numerosos casos obedecen a caprichos personales. Parece que no se toman la molestia de investigar los contenidos, sino que son guiados por algoritmos , o qué sé yo.
En esta era de globalizaciones, la libertad se confunde con libertinaje.
Hace aproximadamente un año, publiqué un artículo que titulé “Maduro Suicídate”, (https://wordpress.com/block-editor/post/metamorfosisforzada.com/404), por el cual me gané una penalización en Twitter. Me cerraron la cuenta “por incitar al suicidio”, ¡Joder! Ojalá tuviese esa capacidad persuasiva, para ponerle fin a la vida de ese ser tan despreciable; pero no. Yo me imagino que ni me lee (él no sabe leer, mucho menos interpretar). En todo caso, de hacerlo, le debe importar un bledo lo que diga y piense sobre él, es que a decir verdad, al sujeto en cuestión no le importa nadie más que sí mismo.
Además, el contenido del escrito, tenía argumentos claros sobre las acciones y crímenes que Nicolás Maduro (Toño el Amable), ha cometido en contra del pueblo venezolano desde que asumió el mandato en 2013. Pero, ¿a quién le importa eso? A Twitter no. A ellos el algoritmo y sus propios intereses de comercialización les limitan, y mucho.
El punto es que, yo he visto en Twitter fotos de hombres completamente desnudos, mostrando todas sus partes en pleno izamiento de bandera, por decir poco. He sabido de cuentas que alimentan bajo códigos de conciencia interna, la pedofilia. Y los reconozco porque junto a otros colegas y amigos, le hacemos la guerra.
En Instagram y en Facebook, que es otro caso, hay cuentas de mujeres bien subidas de tono. Hay tutoriales de “técnicas específicas de cómo hacer sexo oral” y otras especies. Y antes de que me cataloguen de moralista o anticuada, o como les venga en gana, lo que me genera choque es la doble moral. Incluso por encima de la alta probabilidad de que esas cuentas sean vistas por menores de edad, pues para ello deberían estar supervisados por sus padres o representantes, pensarían muchos, sin admitir que el detalle estriba en la vorágine de contenidos que se difunden sin filtro ante los ojos de cualquiera.
En efecto, redes sociales como Instagram se diferencian de YouTube, porque la persona tendría que colocar en el buscador lo que pretende encontrar, aunque en IG también en otros tiempos ocurría, porque ahora aparecen arbitrariamente cuentas de personas completamente desconocidas (al menos en la mía) fuera de la ráfaga de publicidad. No necesitas seguirlas, allí están alimentándose de tu perfil. Siempre el algoritmo.
Ahora bien, retomando lo que planteo al inicio, esta doble moral que funciona como una bola de nieve en estos tiempos, es asumida y atizada en gran parte por usuarios que cada vez, en menos proporción, les importa un bledo las consecuencias de lo que publican, de lo que comentan y de lo que respaldan, puesto que al parecer, lo esencial acá es la tendencia, es la “influencia” y fortalecer ese doble cristal que muchas veces, sin darse cuenta, les puede estallar en el rostro.