Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
No es un asunto etimológico, sino humano, Sí, una palabra que está en el tapete nacional e internacional, o como diríamos en estos tiempos, es viral. ¿En qué nos hemos convertido?, ¿qué tan lejos estamos de ser iguales o más monstruosos que los del régimen?, ¿cuánto hemos dejado que el odio irrigue por dentro?. Somos presa de una barbarie emocional, que forcejea, va dando tumbos, que busca refugios, que busca salidas, que anda en un zigzag tumultuoso, que va mutando mientras se aferra a la esperanza.
A manera de alternativa vengo haciendo internamente un ejercicio reflexivo, sobre cómo conducirme frente a los hechos que se han venido produciendo últimamente. ¿Por qué no es una tarea simple? Por cuanto no se trata de un problema común; es uno que supera el raciocinio, la capacidad de asombro. Tener problemas comunes era nuestra vida antes, situaciones medianamente complejas acerca de economía, de política, de aspectos sociales cercanos. Pero esto, caramba, esta bola de nieve, esta avalancha que se empeña en arrasar con todo y todos, nos lo ha puesto difícil. Es un pulpo gigante, un Kraken cuyos tentáculos nos va sacudiendo por fuera (nuestra realidad, nuestro entorno, nuestro país); y por dentro (pero impetuosamente en nuestras emociones, en lo que sentimos y deseamos).
¿Cuánta expectativa teníamos respecto a la posible entrada de la ayuda humanitaria este 23F? Confieso que yo, no mucha, pero no por falta de fe o esperanza, es que conociendo al enemigo, sólo un milagro haría que transformaran tanto odio, tanta saña, esa despiadada manera de conducirse en palabras y hechos, en un acto humanitario. Ellos no saben de humanidad. Aparte de que consentirla, igual se convertía en una suerte de derrota, que no están dispuestos a tolerar. Pero además, sin dejar de sentir repudio, sufrimiento e impotencia ante la situación país, estamos obligados a pensar y analizar desde otro prisma, aprender del juego político, de lo que han catalogado como una partida de ajedrez, donde cada movimiento está clara y firmemente ensayado.
Es un proceso complejo por demás, pero después de lo que conseguimos conocer ayer, es inevitable que nos invadiera la pena, se nos desgarrara por dentro la vida; que una mezcolanza de emociones nos hiciera hasta perder el raciocinio; y permitirlo, justamente es lo que quieren.
Como me dijo un amigo “hay que se ser demasiado disciplinado emocionalmente, para evitar que el odio no se apodere de nosotros”, y cuando pienso en ello, escucho a Martin Luther King, decir “La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar el odio, sólo el amor puede hacerlo”. Sin embargo, lo de ayer, lo del viernes, lo del año pasado, lo del 2014, o el 2017, lo de cada día desde hace 20 años, te confunde y te hace odiar, sin pensar en el perdón.
Esto de llamarlos usurpadores es una gansada, es negarnos a ver hacia atrás, mucho más atrás. SON ASESINOS EN SERIE. Y en efecto, cuando era un Gobierno legal, se encargó de decretar oficialmente la muerte, fue mucho antes que ayer. A los Pemones no los mataron el viernes, lo vienen haciendo hace años cuando les arrebataron sus creencias, sus orígenes para la explotación endemoniada de las tierras donde habitaban; cuando les negaron las vacunas y mueren consecuentemente de malaria, de tuberculosis o envenenados con el agua, mientras los presumen como simbología en el papel moneda.
Son tan viles, que disparan y le pretenden decir al mundo que la gente se atraviesa en la línea de fuego; te dan una patada por el culo y dicen que le has ensuciado la bota; que por capricho los niños con cáncer o diabetes, prefieren morir antes que traicionar el legado. Son tan nefastos que impedir la entrada de las tres gandolas ayer 23F (cargada de alimentos y medicinas), es equiparable a asesinar a 40 mil venezolanos. Traidores a la Patria, traidores de la libertad, del futuro. Se han convertido en asesinos masivos. Y por eso, aunque no es lo que uno desea, entiendo que la gente no quiera amnistía, que se sienta la sed de venganza, que los queramos ver en cadena nacional, entrando en celdas o peor aún, en paredones de fusilamiento; hablamos de venganza antes que de justicia (del hombre o divina), porque han sido dos décadas eternas de injusticia tras injusticia, y quizá se nos hizo común, como también se nos es cotidiano hablar de la muerte, como un número o una cifra pero a veces alejados de la vorágine que ésta reviste; como nos hemos acostumbrado a hablar del hambre, sin que nos pegue en el estómago; como nos hemos acostumbrado a hablar de la tortura, de las desapariciones, de la huida, del pesar, a veces hasta con frialdad.
Se hace entonces, imperativo, darle lugar adecuado a cada cosa: administrar la frustración, la desesperanza y el dolor, para transformarlos en fortaleza, ¿Que cuesta?, por supuesto, pero eso no nos hace débiles; por el contrario, modifica la actitud que debemos tener frente a las jugadas que, de lado y lado, se van a comenzar a dar, indefectiblemente, apostando a nuestro favor. Hay demasiado en juego, en un tablero, cuyas estrategias quizá no entendemos.
Sin secretos y sin vergüenza, la maldad que los mueve, los ha mostrado al país entero, al mundo entero, como lo que son: ASESINOS, pero después “del inventario de miseria que habita en el desalmado cuerpo” del asesino mayor, como ha señalado un apreciado amigo, tras largos días de sanidad mental y espiritual, ellos serán parte de la historia necesaria para refundar al país, pero nuestra mayor labor, será impedir que el odio nos domine y nos arrebate lo que siempre nos ha caracterizado como pueblo: la humanidad, la solidaridad y la gallardía para impedir que vuelvan héroes de paja que repartan cajas de cartón llenas de desespero y desesperanza, pues Venezuela ha de aprender la lección, ha de convertirse en reina y no en doncella de héroes de pacotilla, desde el perdón.