
Dante Garnique / @dantegarnique
Que te quemen las plantas de los pies o de las manos o que te las corten con hojillas, es malo; hacérselo a alguien aunque sea con el pretexto de proteger a otro alguien, también es malo. Que te consientan y te mimen es bueno, consentir y mimar a los seres queridos es bueno. La relativización de la moral es vulgar manipulación. Hay cosas buenas y hay cosas malas.
La amistad es algo hermoso, los seres humanos, al igual que la mayoría de los animales, vivimos en manadas. La diferencia es que nosotros escribimos poemas exaltando el tema, mientras que ellos sólo disfrutan de manera prístina, el placer de compartir toda la vida con sus congéneres, sin preguntarse, sin cuestionarse. Desde las entrañas, desde lo instintivo.
El proceso de socialización va manchando el inocente afecto que desde niños se va desarrollando por los semejantes. Hay algunas almas rebeldes que se imponen y son capaces de llegar a viejas, con unos dos o tres amigos. Y juegan imaginariamente o con palabras, y reviven emociones a través de los recuerdos y se ponen cursis narrándoles sus anécdotas juveniles a los nietos.
Cocinar es una forma de amar, tener sexo es una forma de amar, ser amigos, es una forma de amar, seguramente habrá muchas otras.
…desde 1999 acaban con el País y exterminan a la población mediante una política sistemática de hambre y humillación…
El acto amatorio es un torbellino de emociones incontroladas. Sufrimos por amor. Padecemos la súbita partida del hijo, del padre, de una amiga, incluso, hasta de una mascota. Ese nexo afectivo nos hace vulnerables o salvajes, según la circunstancia.
Cuando buscamos esa mirada cómplice o queremos escuchar su voz sólo para que nos diga, estoy bien gracias, ¿y tú, cómo estás?, no esperamos nunca un: ME SIENTO MAL.
De entrada nos descontrola, pero casi simultáneamente comienza a movernos ese instinto de pertenencia a la manada que nos dice: algo no está funcionando, hay que resolverlo. Indagamos, preguntamos, no conseguimos respuestas.

Hacemos una pausa, tomamos un baño caliente, un té con galletas. Un cigarrillo, volvemos al escritorio, revisamos las redes, leemos algunas noticias y le seguimos dando vueltas al asunto. ¿Qué le puede estar pasando?, ¿por qué no me dice qué le hace sentir mal? No se trata de enfermedad, su voz se percibía serena, los niños tampoco están enfermos, ni los abuelos, ¿qué pasa?
De pronto, se te ocurre la idea de reunirte con esa persona y piensas tomar el aparato para planear el encuentro. Se ha caído la señal y debes posponer la llamada. Te pones en los zapatos del otro, lo que es también un acto de amor y comienzas a repasar todas sus opciones.
Su celular tiene la pantalla rota desde hace meses porque no ha conseguido el repuesto, me dijo en una conversación reciente. El servicio de internet funciona de manera intermitente, por lo que se le complica planear citas o llamadas a horas determinadas. Revisa las redes de manera azarosa, sólo cuando hay señal, lo cual es absolutamente imprevisible, lo mismo que cargar el aparato, puesto que con el servicio eléctrico ocurre igual o quizás peor que con el de internet.
Cuando podamos comunicarnos, si es que logramos hacerlo, tendré que evitar temas relacionados con recetas o comidas, porque sería indelicado de mi parte, conociendo su precaria situación, hacer de los placeres gastronómicos un tema de conversación.
Se me cruza la idea de fijar una cita a través de Zoom para compartir un vinito o un café, ya que debido a la cuarentena – no nos olvidemos del COVID-19-, por estos días que corren, los encuentros personales no so aconsejables. Pero además, recordé lo de la Internet y el servicio eléctrico, la laptop se le dañó por los bajones de electricidad consecutivos durante las pocas horas que llega el servicio, y que sería una grosería sugerir siquiera, lo del vino, sabiendo que no ha podido comprar café en dos meses, porque un kilo le cuesta 6$ y su ingreso mensual es de 3$.
Para poder ser operado, un amigo común se vio en la necesidad de emprender una campaña de recolección de dinero a través de Feisbuk. Luego de haber conseguido la suma requerida y en vista de que pasaban los días, las semanas y no había fecha establecida para la intervención quirúrgica, este amigo solicitó una entrevista con el director del hospital donde debería ser operado. Ante la insistencia, el encuentro tuvo lugar y además, fue invitada, la jefe del Servicio de Traumatología, por tener alguna responsabilidad en el caso del amigo. En medio de la reunión -me refiere nuestro amigo en común, que es quien a mi me narra los hechos-, la doctora en cuestión pregunta airada a su jefe inmediato, el director del hospital, que de quién se trata ese paciente, cuyo caso merece ser tratado en una reunión especial.
Habría que aclarar algunos puntos, para poner en contexto la actitud de la doctora. En Venezuela, los servicios de hospitalización no son un derecho, como en la mayoría de los países del mundo, son un privilegio del cual pueden hacer uso, casi exclusivamente, los funcionarios corruptos de la narcodictadura, que desde 1999 acaban con el País y exterminan a la población mediante una política sistemática de hambre y humillación como la que sufren los ciudadanos comunes y corrientes cuando requieren de los servicios de salud del Estado.
…tendré que evitar temas relacionados con recetas o comidas, porque sería indelicado de mi parte…
En Venezuela, un paciente debe adquirir, no sólo sus medicinas, sino en caso de necesitar de otro tipo de implementos, como agua oxigenada, gasas, jeringuillas, vendas, soluciones yodadas, algodón, algún tipo de dieta preoperatoria especial, toallas higiénicas, férulas, ropa de cama, mascarillas, batas, papel sanitario, jabón, alcohol o desinfectantes; éste debe dedicarse a conseguir sus enseres.
El hospital le solicita a algún familiar una hoja de papel, en donde se le anotan todos los implementos necesarios para el tratamiento de cada caso. Con esta lista, cada familia inicia una jornada de búsqueda, es como una especie de olimpiada de la salud, para ver quien la sobrevive. Nuestro amigo, lo hizo a través de internet. Consiguió el dinero, compró los insumos, pero los días pasaban y no había recibido ninguna llamada del hospital.

Claro, los pacientes deben esperar en sus hogares, los hospitales en Venezuela, no albergan pacientes, salvo exclusivísimas excepciones. El paciente debe estar sangrante, inconsciente al borde de la muerte y cosas como esas; pero tres días en observación para estudiar el cuadro clínico, si se trata de una pulmonía severa, o si una herida está infectada, de todo eso, se encargan los familiares en sus casas y cada paciente en la suya.
Existen listas de espera para las operaciones, en las que los pacientes son incluidos o no, según las leyes del Olimpo. A nuestro amigo, le informaron de la posibilidad de ser incluido en una de esas listas, ante su insistencia por reunirse con el director del hospital y creo que ahora se entiende un poco la actitud de la doctora que asistió a dicho encuentro.
Es que mi amigo no puede ni siquiera darse una ducha con agua caliente para despejar su mente y continuar escribiendo un poema de amor. Desde hace más de veinte años, mi amigo sólo tiene tiempo para pensar cómo podrá sobrevivir el día de mañana, o si a caso lo podrá sobrevivir. No puede decidir apresuradamente si es mejor hacer la cola para ver si puede o no comprar pan o gasolina, porque aunque permanezca ocho, diez, o quizás, hasta catorce horas en cualquier cola, no hay nunca garantía de que se pueda conseguir el producto que se necesita. Quizás mañana, la prioridad sea, “salir a ver qué encuentra y qué puede comprar” para comer ese día, con el dinerito que le sobró de la recolecta que hizo por Feisbuk, para su operación de fémur. No es fácil tomar una decisión como esa, así de un día para otro.
Sí, a veces es complicado decidir y ponerse de acuerdo socialmente, sobre qué es bueno o qué es malo. Pero no queda duda de que lo que está pasando en Venezuela, desde hace más de veinte años, es atroz y que, ignorarlo, hacerse el desentendido o tratar de justificarlo, es aún peor.
Miércoles 10.03.2021