INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA DELINCUENCIA

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Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta 

Hablar de delincuentes y Gobierno en Venezuela, es prácticamente redundar. Lo primero que quiero aclarar es que dije Gobierno, para que se entendiera la premisa, pero a partir de ahora las cosas por su nombre: RÉGIMEN DICTATORIAL o NARCODICTADURA. El punto es que el esquema delincuencial que se ha tejido durante las últimas dos décadas, lógicamente con auspicio del innombrable y repotenciado por su heredero, ha dado frutos; no favorables para el país, claro está, sino para el régimen dictatorial que, aprovechándose de sus viles estrategias, ha convertido a la nación en una cantera de malandros, a quienes organiza, adiestra y auspicia, dentro y fuera de las cárceles. Entiéndase, la delincuencia es una institución, es un Estado mafioso. 

Hablar de pranes -una palabra también institucionalizada en las cárceles venezolanas, y de uso exclusivo del país que tuvo su génesis en el mandato de Chávez-, es hacer alusión al liderazgo que sostienen, algunos individuos entre sus iguales, en los centros de reclusión. El tema se ha vuelto tendencia no sólo en redes sociales, sino en la cotidianidad de nuestras vidas, en especial, en los últimos días cuando Petare está como Troya, ardiendo a punta de balas de muy alto calibre, “para capturar a un pran de calle”. Y por aquí viene el asunto.

Parece que uno hablara de lo mismo cuando se refiere a malandros y ministros, delincuentes y gobernadores, narcos y presidente…

Resulta que extraoficialmente, la palabra PRAN, tiene una escalofriante connotación. Se emplea para identificar con cada una de las letras que la componen, como si se tratase de un acróstico, lo siguiente: P de preso, R de rematado (*), A de asesino y N de nato. En palabras simples, un pran, es aquel que se encuentra recluido en una cárcel, ha sido o es rematado, y aún más horripilante, se concibe como un asesino nato; es decir, nació siendo un asesino. Visto así, quiere decir que no tiene escrúpulos ni sentimientos de moral al momento de ejecutar o quitarle la vida a otra persona. ¿Me van siguiendo?

Por tanto, por más que uno se niegue, al entender esto de robar vidas sin pudor, se termina pensando en quienes han estado a la cabeza de las instituciones venezolanas en los últimos 21 años, es el mejor referente. Allí están, todos sin excepción, en el banquillo de los acusados, porque la responsabilidad pesa sobre sus hombros, ante las más de 300 mil personas que han perdido la vida en manos del hampa desde 1998. En una suerte de avalancha recuerdo a ministros de Interior y Justicia, de Asuntos Penitenciarios, la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía General, los cuerpos de seguridad y un largo etcétera.

Asimismo, en este desfile se pasean nombres como el de Lina Ron, “El Pollo” Carvajal, Valentín Santana, los colectivos (Tupamaros, Carapaica y La Piedrita), por su complicidad en la constitución de lo que bautizaron como “el brazo armado de la Revolución», hoy, los dueños de las calles del país. Son la ley, al mejor estilo de Juárez y Sinaloa. Parece que uno hablara de lo mismo cuando se refiere a malandros y ministros, delincuentes y gobernadores, narcos y presidente, y así sucesivamente; caimanes de un mismo pozo diría mi abuelo. Ha surgido una estrecha vinculación a tales niveles que, por ejemplo, la propia ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Varela, sostiene una relación casi íntima con pranes de diferentes centros de reclusión, con quienes se le ha visto retratada con un áurea de amistad y cercanía inusitados. Ella junto a Tareck El Aisami, conjugan un duo más que dinámico, yo diría, explosivo.

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Por donde uno se asome para tratar de comprender lo que ocurre, se tropieza con el horror. Lo de Petare, pudiera uno creer que es la gota que ha rebozado el vaso, pero esa agua se ha derramado hace bastante; lo que ha cambiado en este caso, es la manera en que se va fraguando todo. El cabecilla de una banda de delincuentes del segundo barrio más peligroso de América Latina, ha retado y burlado al sistema de seguridad venezolano. FAES, CONAS, CICPC y GNB, hoy son un todo, muy cohesionado intentando eliminar y silenciar a “Wilexis”, quien ha demostrado ser un «duro de matar», mientras ofrece declaraciones, amenazas y gira instrucciones vía Twitter. Este conflicto armado que comenzó con supuestos enfrentamientos entre grupos criminales -en medio de la cuarentena por el COVID-19 y la escasez de gasolina-, ha dejado en evidencia lo que fueron secretos a voces en la opinión pública nacional e internacional.

Por una parte, que el confinamiento no reduce el nivel de criminalidad imperante en la Gran Caracas, donde cohabitan las denominadas “Zonas de Paz” bajo el estricto control del pranato; además, se muestra claramente el arsenal que disponen, por cuanto desde hace una semana, en las redes sociales, audios y videos dan cuenta de detonaciones de armas automáticas; así como ráfagas de disparos al aire, fogonazos de metralletas, acompañados de la inevitable angustia que los propios residentes del barrio José Félix Ribas y de urbanismos cercanos denuncian a medias. ¿Cuánto tiempo tardó el régimen en pronunciarse al respecto? Al parecer estaban demasiado ocupados por atrapar a tres “pelagatos” involucrados en un supuesto golpe ideado desde tierra estadounidense, cuya entrada al país tendría como escenario algunas playas venezolanas, a bordo de unos peñeros.  Acaba uno por concluir que todo ha sido planificado con saña y alevosía.

Paradójico resulta además, que el régimen emita ahora orden de aprehensión a unos sujetos implicados en estas operaciones fantasmas, mientras la sombra de una orden de captura con recompensa incluída de manos de las autoridades de EEUU, les persigue. Parece el cuento del gallo pelón.

…el confinamiento no reduce el nivel de criminalidad imperante en la Gran Caracas, donde cohabitan las denominadas “Zonas de Paz” bajo el estricto control del pranato…

Ahora bien, es más que evidente que les ha salido el tiro por la culata, porque son esos mismos delincuentes de barrios,  quienes en su momento, han formado parte de grupos represivos que en diversas manifestaciones se han encargado de asesinar a jóvenes estudiantes y de delinquir a sus anchas; sin embargo, parece que la tortilla se les ha volteado y el perro ahora muerde la mano del amo. Detrás de este crucial y magnánimo operativo peinando todo Petare con tanques de guerra incluídos -que se ha llevado a su paso la vida de inocentes-, debe esconderse una tramoya de dimensiones inimaginables.

Es muy sencillo, matemática simple. Cualquiera que haya formado parte de este régimen, aunque ahora se presente como víctima o mansa ovejita (Ortega Díaz, Rafael Ramírez, Juan Barreto, Gabriela Ramírez, entre muchos), debe tener el mismo talante y haberse prestado para su juego sucio. Una persona honesta y comprometida con el país, jamás podría coincidir en el mismo partido de fútbol, para defender la misma camiseta junto con los cabecillas de cárteles de drogas, que han confinado al país -no por causa del Coronavirus precisamente-, a merced de paramilitares, guerrilla, colectivos, pranes y narcotraficantes, valga la redundancia, del Gobierno.

 (*) Rematado: Se refiere a los reclusos que ya han sido condenados con sentencia firme por un tribunal de justicia.

RATATOUILLE III/III

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Dante Garnique / @dantegarnique

Aparte de las arepas con mantequilla y queso blanco rallado, acompañadas con una tasa de café con leche batido en la licuadora, de preferencia en la casa de Ocumare de La Costa, el Ratatouille, es mi comida favorita.

La Señora Olga nació en 1920, a los 5 padeció poliomielitis y eso dejó su huella como una firma personal. Ella fue mi casera durante los años universitarios. La tarde que la conocí, me ofreció una taza de café con una y media cucharaditas de azúcar en el recibo de su apartamento en el Bloque 17 de Ruiz Pineda. Decía ser familia de Francisco Narváez, de lo que se sentía orgullosa, de eso y de su orientalidad, era margariteña. Yo  iba cargado con dos maletas, una de ropa y la otra, la conservo, estando en el exilio. La conocí por medio de mi Tía Aura, quien vivía en el Bloque 24.

Ella era la señora regañona del Bloque, los niños la respetaban, le temían y era poco querida. A causa de la hipertensión arterial, sólo veía por el ojo derecho. Era diabética, apasionada de las orquídeas y observaba un, para mi edad, riguroso régimen dietético.

Años más tarde, vino la producción de los Estudios Pixar, bajo la dirección de Brad Bird, y hasta entonces no sabía que había comido muchas veces Ratatouille.

En las ventanas del apartamento florecieron durante algún mes de mayo, más de veinte orquídeas simultáneamente. Rojas, como su apellido, moradas y amarillas. Aunque le parecían muy “chinchosas”, también cultivaba violetas, de las cuales una vez me robé un pequeño ramillete y se lo regalé a la mujer más bella del universo de 1981, sólo porque era mi compañera de clases.

De los Narváez, solía decir, le provenía la vena artística y su bohemia, diría yo. Ella me tomó de la mano y me paseó por la Caracas del esplendor cultural, el Teresa Carreño, las Salas Ríos Reyna y Rajatabla. Me dio a conocer a Pirandello, también el teatro de pacotilla. Me enseñó a apreciar la personalidad sobre el podio, de José A. Abreu, Eduardo Marturet y a disfrutar de la voz de María Rivas. Me mostró el Museo de Bellas Artes y me llevó a las funciones de la Cinemateca Nacional y me enseñó a leer a Cabrujas cada domingo. Juntos disfrutamos de conciertos de la Camerata Barroca, de laúd o clavecín.

Junto a la Señora Olga me tocó vivir mi primer toque de queda en Venezuela, luego de El Caracazo. De camino de la Universidad al apartamento, en la estación de Plaza Venezuela, tomada militarmente, me interceptó un raso de unos 19 años a lo sumo, con un arma que medía algo más de un metro, diría yo. Me pidió que vaciara mi morral, verde campaña, y lo primero que rodó por el suelo del andén fue mi envase de tinta china, ante cuyo desconocimiento, el efectivo castrense casi pierde el control, por lo que de modo compulsivo, puso arma en ristre. Con la velocidad del rayo, antes de que el aturdido mozalbete accionara su violencia sobre mi, vacié el contenido de la botellita de Pelikan sobre el piso y le mostré mi pluma fuente que lancé a un lado. Por suerte hoy puedo narrar el incidente.

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Los sábados ella cocinaba para toda la semana. Arroz sin sal, con dos dientes de ajo y “Potage”. Lo hacía porque la rutina diaria no le daba tiempo a otra cosa, su jornada laboral comenzaba a las siete, y debía tomar el transporte de las seis. Las colas en las paradas caraqueñas a las seis de la mañana en ese entonces, eran como las colas para comprar gasolina en el 2020. Era telefonista en el Hospital Materno infantil de Caricuao.

El potage consistía en una cantidad de legumbres cocidas a fuego lento en una cacerola tapada, durante unos 45 minutos o poco más de una hora, con un poco de aceite de olivos y algunas hierbas, nada de sal. Eso se convertía en nuestros almuerzos por al menos tres días de la siguiente semana, eso y un poco del arroz con ajos. Esa fue la primera versión del Ratatouille que conocí. Años más tarde, vino la producción de los Estudios Pixar, bajo la dirección de Brad Bird, y hasta entonces no sabía que había comido muchas veces Ratatouille. Desde entonces hasta la fecha he puesto en práctica la elaboración de mis propias versiones del platillo.

A Belén le debo el gusto por la música, las flores en la casa y la cocina. Una vez le pedí que me escribiera la letra de “El Día que me Quieras” y la cantábamos juntos. Luego le pedí que me enseñara a preparar su inigualable pasticho o lasaña. No he logrado hacerlo como ella, y probablemente no lo volveré a degustar por culpa de la dictadura y el exilio.

Si en algún momento de mi vida vaciaba los platos de mis compañeros de mesa, hoy procuro llenarlos y compartir con quienes la vida ha sentado a mi lado en el devenir de esta dimensión. Por eso hoy comparto con ustedes mi versión del Ratatouille:

Necesitarás un molde redondo para hornear, de 24 cm de diámetro por 3 de alto. Igual, puedes utilizar una olla con tapa con suficiente capacidad para la cantidad de ingredientes, que merman en un 30% aproximadamente. 

Ingredientes:

Una botella de vino blanco.

37 grm. de pimentón rojo asado

20 grm. de pimentón amarillo asado

30 grm. de ajo picado lo mas pequeñito posible

22 grm. de cebolla también picada muy finamente

164 grm. de tomate pelado, despepitado y cortado en cuadritos pequeños

765 grm. de tomates en ruedas de unos 4 milímetros 

225 grm. de calabacín en ruedas de unos 4 milímetros 

261 grm. de berenjenas rebanadas de similar diámetro a las ruedas de tomate y calabacín.

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Aceite de olivos. Aceto balsámico. Azúcar, sal, romero fresco, de preferencia. Tomillo fresco, de preferencia. Hierbas de Provenza. Orégano, opcional (yo no lo uso pero la receta original lo incluye) Albahaca, opcional, yo no la uso, pero la receta original la incluye. Las hierbas de Provenza contienen orégano y albahaca.

4 cucharadas de salsa de tomate.

Papel para hornear suficiente para cubrir el molde, o en su defecto, papel de aluminio.

Las versiones mas clásicas indican que para el Ratatouille, los ingredientes deben cocerse por separado. Esto da un poco más que hacer, pero como tú tienes una botella de vino que te acompaña y buena música de fondo, esto no es inconveniente.

Lo que debes hacer inmediatamente después de tu primera copa, es envolver los pimentones en papel aluminio y hornearlos a 120 grados centígrados durante unos 20 minutos o hasta que sientas el olor de pimentones asados en tu cocina, esto sucederá aproximadamente cuando te vayas a servir la segunda copa.

En sartén caliente con unas tres cucharadas de aceite de olivos, transparenta las cebollas, pero a mitad de la cocción incorpora los ajos. Los pimentones ya están asados y deberán ser despojados de esa fina membrana que los recubre. Trocéalos e incorpóralos al sartén junto con la cebolla y el ajo. Agrega ahora el tomate en cuadritos, regula su acidez con un toque de azúcar y algo de ketchup. Coloca unas ramitas de romero que sean fáciles de retirar al final de la cocción, una y media cucharaditas de café, de tomillo y si lo tienes al alcance, una cucharadita de café, de hierbas de Provenza. Si  lo deseas, puedes agregar sal a tu gusto, yo lo prefiero sin sal.  El resultado debe ser una mezcla algo rústica, cuya humedad irás ajustando con unas cucharadas de agua a medida que la cueces si la salsa lo va requiriendo. Debe estar húmeda pero no líquida . Prueba la sazón y no te olvides del vino.

Cubre el fondo del molde redondo con la pasta de tomates que ha resultado después de unos 25 minutos de cocción y retira las ramitas de romero. 

Viene ahora un paso que puede ser obviado si optas por una olla en lugar del molde redondo. En el primer caso (olla), la diferencia es que no tendrás que tomarte el trabajo de cortar en rodajas berenjenas, calabacín y tomates, sino que podrás cortarlos en trozos de entre 50 milímetros o un centímetro e incorporarlos en tu cacerola, mezclándolo todo con la pasta que has preparado y lo vas a cocinar a fuego bajo durante tres cuartos de hora o una hora y cuarto, el vino te lo dirá; removiendo de cuando en cuando.

En el segundo caso, ordena rodajas de berenjena, calabacín y tomate, de manera repetida y ve acomodándolas en el molde de forma ordenada, parados de canto, hasta llenar todo el molde. No te estreses, el vino también te guiará en este proceso, la idea es que al final, se aprecie dentro del molde una especie de caracola de colores. Con un poco del aceite, elabore una emulsión con algo de azúcar, hierbas de Provenza y aceto para barnizar tu caracola. Horno precalentado a 120 grados, cubierto el molde con papel para hornear o de aluminio durante una hora. Retira el papel y hornea otra media hora.

El Ratatouille funciona como guarnición para carnes y pescados, también  para rellenar un buen panecillo fresco, a modo de sanduche. Para mí, es un plato principalísimo. Buen provecho.

Sábado 02.04.2020

A Rosaura.

RATATOUILLE II/III

 

169b378d6c0ab2bf8a0a679518ee6e96Dante Garnique / @dantegarnique

Una vez, navegando en aguas de Heráclito, a un reducido grupo de amigos, le tocó compartir el resultado de la quinta tarde de ocio dominguero (26.04), de la cuarentena de 2020. Sobresalió una foto de unos espárragos con lomo de cerdo ahumado. Se trataba de una Ensalada Tibia de Espárragos y Cerdo. Esa tarde decidieron reunirse para pasar el rato. Unos desde Madeira, otros desde los Estados Unidos y algunas otras partes del mundo. Video llamadas, fotos, en fin, una de esas divertidas reuniones cibernéticas que han aprendido a disfrutar los venezolanos en el exilio, a causa de una de las más perversas dictaduras de la historia de la humanidad: El Narcorégimen chavomadurista, instaurado en Venezuela desde 1999.

Habiendo decidido no hablar en público sobre el tema de la comida, ni de cuánto habían engordado durante el tiempo de reclusión, para no ofender a coterráneos muriendo de hambre y de miseria, por la misma razón, la Narcocracia venezolana, de pronto aparece la disyuntiva de callar o hablar.

Los participantes de aquella reunión digital habían tenido la fortuna de vivir en el destierro, por lo que no los hería el tema de las recetas o las costumbres gastronómicas de los países de adopción, cosa que sí hubiese sucedido si semejante tertulia, hubiese sido compartida entre familiares y amigos que aún vivían confinados, en la capital del país con las reservas petroleras más grandes de la humanidad; acabándose en la miseria, la desidia y con el estómago pegado al espinazo, porque hasta el agua potable hay que administrarla con criterio de escasez en la tierra de Simón Bolívar.

En Venezuela, si alguien fuese tan afortunado de tener un empleo, percibiría mensualmente, cuatro euros, a partir del primero de mayo…

Por conocer “el cebo de mi gana’o”, dijo uno de los ciberamigos, vendría bien hacer algunas precisiones con respeto a una receta que pudiera parecer pomposa y hasta algo presumida, cual quimbombó, según versión del poeta.

Comparó entonces la Ensalada Tibia de Espárragos, con un plato de corocoro frito con yuca salcochada. Y es que en Alemania, por ejemplo, la primavera tiene un aroma muy especial, el de los espárragos blancos, que desde mediados de abril se venden por todas partes y por ser temporada, a precios muy variados y accesibles. En 1919, Alemania fue el mayor productor de espárragos en toda Europa, con 133.000 toneladas recogidas. No está demás, sin embargo, acotar que en tiempos del COVID-19, la cosecha de la legumbre estuvo a punto de colapsar. Pero esa sería otra historia que contar.

Venezuela, por otro lado, posee más de 70 mil km2 de mar territorial y una temporada de jurel y sardinas, de siete y seis meses, entre abril y octubre, y mayo y octubre, respectivamente, por lo que comer espárragos en Alemania en temporada, es como comer en Venezuela pesca’o frito. En Alemania, una sardina congelada puede llegar a costar 30 centavos, mientras que un espárrago, 10, o menos centavos. Cien gramos de cerdo ahumado pueden costar en Alemania, 99 centavos. En Venezuela, cien gramos de carne de cerdo oscila entre 50 y 70 centavos. Pero hay un pequeñísimo detalle. En Venezuela, si alguien fuese tan afortunado de tener un empleo, percibiría mensualmente, cuatro euros, a partir del primero de mayo, antes eran dos euros cincuenta. Mientras que en casi toda Alemania, el sueldo mínimo no baja de mil euros. El monto aplica también para empleos a destajo, es decir, se calcula el valor de la hora de trabajo, con base en ese monto. El número máximo de horas de la jornada laboral es 40 por semana, ocho diarias.  

Era así como la comparación entre una ensalada de espárragos y lomo de cerdo, con unas tres sardinas fritas y una porción de yuca, adquiría sentido.

Claro, además de la degustación comparativa, sale a flote otra, la de las políticas sociales, económicas, de higiene, laborales, etc; entre Venezuela y cualquier país del mundo. Pero esa si es verdad que nos dejaría un sabor decididamente amargo. De momento, mejor debatir entre sardinas fritas o lomo ahumado de cerdo.

Viernes 01.05.2020

A los trabajadores, en especial los venezolanos

RATATOUILLE I/III

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Dante Garnique / @dantegarnique

A la hora de la comida, eran habituales los sermones sobre la salud y el crecimiento para llegar a ser grandes y fuertes, como si eso le importase a tres chiquillos revoltosos.

El discurso terminaba con la siguiente frase, palabras más, palabras menos: “de allí no se levantan sin haberse comido todo”. Era entonces cuando comenzaba una danza de platos llenos y vacíos, hasta que uno de los párvulos acababa con la comida de los otros dos hermanos. Vacíos los tres platos, resonaba el consiguiente grito “¡mamá, ya terminamos!”. Ella llegaba, supervisaba con un vistazo vestido de severidad matriarcal y todos contentos. A seguir jugando encima de la mata de guayaba o llamando por el patio trasero, a los imberbes del fondo, de al lado, o a seguir con el charquito que unas veces era lago para polluelos de patos y otras, jardín acuático.

¡Y nada de estar comiendo en la casa ajena, que ustedes no están pasando hambre!».

Algo parecido ocurría los fines de semana, cuando había que visitar a las tías. Las tres vivían en casas contiguas. Vereda tres, sector cuatro, números 24, 26 y 28. Al entrar la invasión de enanos, eran interrogados: -“¿ya comieron?”. Dos sí y un no. Se escuchaban simultáneamente. -“Bueno, ven para que comas algo y después vas para casa de Norys”. Acabado el platillo, lo debido era visitar a la siguiente tía. Una vez en la segunda casa, el interrogatorio era el mismo, las respuestas las mismas; aunque esta vez la sazón tenía otra personalidad. Pero quedaba aún una tía por visitar. Idem; pero ya lo que quedaba por hacer era correr por la vereda con los primos y vecinos de similar estatura.

En ocasiones, la escuela despacha a media mañana, -”Ya saben, si por alguna razón salen temprano, se van para casa de La Comadre y me esperan allá hasta que yo vaya a buscarlos. ¡Y nada de estar comiendo en la casa ajena, que ustedes no están pasando hambre!».

Al llegar a casa de la Señora Francisca, la pregunta era la misma que en las casas de las tres tías, las respuestas, las mismas, con un pequeño agregado. El café de la Señora Francisca no lo superaba ni el de la abuela Santiaga. ¡Ah, bueno!, había otro detalle. El patio de la casa de La Señora Francisca lindaba con el de Bolas Criollas del Señor Amalio, padrino de Talia y abuelo de Gladys, Livita, José, Nené e Iris, hijos de La Comadre. La cuerdita era de ocho mas Peyuya, la perra, a quien apodaban Yuya.

Mamon

¿Cómo describir aquel mundo sin quedarse a medias? Bueno, ¡Narnia se quedó pendeja! Había como mínimo una docena de matas de mango y una de mamón. Los tobos eran azules algunos y otros naranja. Los mangos de hilacha eran los preferidos de las mamás. Había una técnica especial para comerlos y evitar el apretujamiento producido por los hilos enredados entre los dientes y la presión que se producían sobre las encías. Se golpeaban contra las paredes de los alrededores de aquel mundo bucólico, hasta conseguir que estuviesen lo suficientemente blandos como para extraer a sorbos, de su interior, a través de un pequeño orificio que se hacía en la parte opuesta al pedúnculo, con un mordisquito; el almíbar de ese producto maravilloso de la naturaleza.

El Boca’o es la única fruta que viene con receta incorporada, los hay para todos los gustos y no hay que saber cocinar ni leer…

Las mangas, había que tomarlas, de preferencia, directamente del árbol. Existía para ello, una vara de mamón de unos tres metros, con un garfio en uno de sus extremos. Esto se hacía para que su jugosa y anaranjada pulpa conservase su consistencia y ese acidito que producía cada bocado, al fondo del paladar, con sus justos tonos azucarados, como el de la natilla o del arroz con leche. Pero si no, igual se recogían del suelo, con su piel repujada por decenas de pequeñas piedras que el sol hacia brillar como si fuesen diamantes. Cuando se recogían del suelo, se veían así como las palmas de las manos o la piel de las rodillas, luego de un aterrizaje forzoso en viaje a patín o en bicicleta. En este caso, su dulzor se multiplicaba de manera exagerada y la consistencia era gelatinosa.

Los de boca’o. ¡no, no, no, no no!, de no saber que en la Grecia antigua no existían matas de mango, pudiera decirse que ellos eran la Ambrosía. El Boca’o es la única fruta que viene con receta incorporada, los hay para todos los gustos y no hay que saber cocinar ni leer, ni se requiere de ninguna otra habilidad distinta a tenerlo entre los dedos. Ellos vibran entre un verde salud y un rosado cachete de bebé, sublimes. Los hay amarillo pollito, moteados con la piel rojiza y se pueden comer solos, maduros o a medio madurar, o verdes, con sal y sazonador. Dios ha debido inspirarse en el Mango Boca’o, para crear el círculo cromático. Después de los juegos de futbol, la “R”, el Loco Escondido, o cualquier otra aventura propia no sólo de la edad, sino sobre todo de la época, estaban aquellos tobos llenos de melosos mangos con ese sabor a gloria, esperando a ser vaciados.

Dios ha debido inspirarse en el Mango Boca’o, para crear el círculo cromático.

Una vez, trabajando en una emisora de radio, al salir de cabina, se estableció una de esas conversaciones necesarias para llenar el espacio entre un programa y otro, había que esperar la hora para el espacio de Reggae. Memerula, todo un personaje, contaba con orgullo de su alucinógena plantación en una casona recién comprada en El Limón y en remodelación respetando la arquitectura original y los deseos de su esposo extranjero, ingles, quizás; detalles que se escapan. Ese día, sobrevino, así como la afortunada muerte de Voldemort, el tema de las frutas, los postres y la sobremesa. ¿Por qué, un pedazo de pera con algo de Brie, o unas fresas endiabladamente grasientas a punta de crema batida o ciruelas tibias envueltas en jamón serrano son tan deliciosamente degustados, cuando una rebanada de Mango injerta’o no le da ni por las patas?. Es cuestión de elegancia, decía.

En aquella Narnia criolla, habitaba también Crispín, un monito quien una vez mordió en la pierna a uno de los chicuelos, en medio de una disputa por un mango. Sabrán ya, quien ganó. ¡Mono igualado! Allí también, se podía aprender a batir chicharrón y a hacer morcillas y que del cerdo no se desperdicia nada más que lo que lleva en sus cerdas entrañas, los pelos y los huesos. También se vendían, a medio, las más crujientes empanadas de carne molida que niño alguno haya podido comer.

Hoy ya, El Club Don Amalio no existe, tampoco La Señora Francisca, para no decir de las matas de mango. “¡Nadie en lo alegre de la risa fíe; porque en los seres que el dolor devora, el alma llora cuando el rostro ríe!”. Garrik. Juan de Dios Peza.

Jueves, 30.04.2020.

A Tí, Esma y a La Comadre Francisca, quien nunca habrá de conocer estas palabras.

NADA SERÁ IGUAL

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Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta

Para todos, sin excepción alguna, hay un antes y un después del Coronavirus. Bien, para los habitantes de China (donde se originó todo), como para los países que progresivamente se vieron afectados en la cadena de contagio, hasta convertirse en la pandemia que conocemos hoy. Las consecuencias, en todo orden mundial, son innegables, como también la posibilidad de que, una vez superado este trance (porque en algún momento ha de ocurrir), nuestras vidas prosigan como antes. No existe manera de que volvamos a ser los mismos.

Para entendernos mejor. No importa cuán religioso o creyente seas, o si por el contrario eres ateo. Tampoco el nivel de positivismo, o disciplina metafísica que te acompañaba antes o ahora. Si practicas yoga, si logras aislarte con meditación; en quién o qué creas, mucho menos cuánto escepticismo te rodee. No resulta relevante a qué te dedicabas, cuáles eran tus aficiones, tus hábitos, tus planes y proyectos, tus sueños. Después del COVID-19, absolutamente, nada será igual. Incluso para aquellos que, aún confinados, trabajan desde casa cuando antes lo hacían en oficinas, empresas, negocios personales.

¿Por qué afirmo esto? Tiene una sencilla, pero clara explicación. Nunca nos habíamos visto bajo una amenaza de tal magnitud. Y no una ciudad, una región, unos cuantos países. Se trata del mundo entero, los más de 7, 8 billones de habitantes del planeta (al menos antes de la asombrosa cifra de muertes que ha dejado el Coronavirus). Ha sido como si una enorme ola se avecinaba, y la veíamos venir, pero muchos creíamos que podía ir bajando de nivel hasta apaciguarse y ser una inofensiva. Muchos en nuestra terquedad, incredulidad y “positivismo” estábamos convencidos, que nada pasaría. Por tanto, no nos preparamos para llenar los pulmones de aire y hundirnos mientras la veíamos pasar, sintiendo apenas cómo nos mecía; muchos fueron quienes creyeron que podían montarse en la cresta y salir ilesos, y el resultado, ya lo conocemos. Allí en la orilla de la playa, entre tanto -luego de ser vomitados por la ola-, sin saber qué les aguarda, también hay otro tanto de gente.

teniendo una amenaza tan cerca, nos hemos atrevido a plantarnos frente a ella sin máscara, como si fuésemos eternos, cuando quedó demostrado que los «superhéroes» también mueren.

Para los médicos y enfermeras que han atendido la emergencia del COVID-19, para quienes gobiernan. La propia ciencia que ha sentido en carne propia el coletazo del huracán, los maestros o profesores que han debido reinventarse en materia educativa. Los padres que han asumido 24/7 la crianza de sus hijos y desarrollar la creatividad; para los deportistas que se prepararon por años para las Olimpiadas o la Eurocopa. Las familias que perdieron a parientes o aquellos que luchan por sobrevivir; el saludo y los abrazos, para todo y todos , hay un antes y un ahora.

Ahora mismo, las incidencias de la pandemia no sólo se resumen a un elevadísimo y lamentable número de fallecidos, que suscribe aquello de “sin distinción de razas, credos, ni religiones”; además de los contagiados que luchan por sobrevivir. Hay cifras que se deslindan de la crisis económica que padecerá el mundo por meses, quizá años, mientras busca recuperarse; como los divorcios que se han derivado de la insana convivencia de los últimos meses, con especial énfasis una vez declarada la cuarentena mundial. Pero no todo queda allí, hay un registro inusitado de embarazos no deseados que podría ascender a los 7 millones, según calcula la ONU, cuya principal causa –valga decir-, es la imposibilidad de adquirir anticonceptivos. Sin embargo, destacan que otros se derivan del incremento de la violencia de género (pues se estima aumentan en un 20% durante los períodos de encierro y, suelen terminar en encuentros sexuales de diversa naturaleza).

Por eso recalco e insisto, ni que queramos, las cosas volverán a ser las mismas. Y siendo más sensatos ante la realidad y, con nosotros mismos, la actitud, el pensamiento y el comportamiento humano, indefectiblemente, no debería ser el mismo, si en realidad deseamos que nuestro entorno, el mundo y nuestras propias vidas se transformen. Nos encanta hablar sobre la necesidad de cambios, de modificaciones, pero siempre que sean los otros, nunca que comiencen en nosotros.

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Dicen que esta pandemia, con todo lo que ha conllevado, ha logrado sacar lo peor y lo mejor de cada uno (los políticos meren un capítulo aparte). Estoy de acuerdo con ello, pues pareciera que la tendencia es a comprendernos y respetarnos cada vez menos, a sabiendas de que somos tan vulnerables, y de la forma en que nos ha encarado el virus frente a la vida. Hicimos una pausa, un sostenido STOP, pero teniendo una amenaza tan cerca, nos hemos atrevido a plantarnos frente a ella sin máscara, como si fuésemos eternos, cuando quedó demostrado que los «superhéroes» también mueren.

Nos encanta hablar sobre la necesidad de cambios, de modificaciones, pero siempre que sean los otros, nunca que comiencen en nosotros.

En contra parte, logramos ver cómo los más pequeños de la casa, pudieron adaptarse mejor a ciertas condiciones del confinamiento. Felices seguramente porque han tenido cerca, por más tiempo, a la familia, cantan en balcones, tienen cuentas propias en redes sociales para desarrollar creatividad, aprendieron nuevas formas de educación; ayudan en la cocina y, por qué no, aparecen sorpresivamente en videollamadas de trabajo de sus padres. Resiliencia, le llaman.

Las almas caritativas se han multiplicado, las bolsas de comida colgadas en árboles, o en porches de casas para consumo de quien necesite, se han hecho presentes. Patrullas de policía dejan su rol represor para conectarse con Dios en los vecindarios. La música, como idioma universal, ha abierto ventanas y multiplicado sonrisas al amanecer o en noches de temible soledad y oscuridad con violines, saxofones, flautas o un cuatro venezolano en el exilio. Bailarines embelesan con sus performances en calles fantasmales, al tiempo que éstas son testigo de dudas, confusión y desobediencia, pero puertas adentro, la renovación, regeneración de fe, por ejemplo, hacen lo suyo, aun en pensamientos e intenciones; porque necesariamente, de ahora en adelante, nada será igual.