ENTRE SIRIOS Y VENEZOLANOS

Dante Garnique / @dantegarnique

Hay cosas que sin formar parte del acervo cotidiano, se es capaz de ir incorporando; pero hay otras que son sencillamente inaceptables

Para quienes no me conocen, soy Dante, uno mas de los millones de venezolanos que se vio obligado a dejar su tierra a causa del narcofascismo.

Por inaudito que parezca, a 21 años de sangre, miseria y destrucción, siguen habiendo venezolanos que ante la mínima sospecha de cuestionamiento al chavismo y sus años de asesinatos, son capaces de esgrimir un “sí, pero es que…”

Hace quince ó 18 años, con la candidez correspondiente, hubiese quizás, concebido el beneficio de la duda. Pero transcurridas cientos de miles de muertes y un éxodo de más de seis millones de almas, a estas alturas, dudar es transigir, callar es apoyar y no aceptar la monstruosidad de lo que la narcotiranía instaurada por Hugo Rafael Chávez Frías, prolongada y usufructuada por Nicolás Maduro y sus acólitos, desde hace más de 20 años en Venezuela; es ignorancia, servilismo; o como decimos en Venezuela: rastacuerismo.

El rastacuero es una subespecie de ser, cuya conformación axiológica primaria, es tanto más, tanto menos, la de un jala mecates, chupa medias o bozalea´o, con el perdón de todos ellos. Es una mezcla de chavista con aspiraciones a junta de condominio o de vecinos, y madurista reformista de la herencia del sátrapa de Sabaneta. 

Pero no es de esa especie, de la que nos ocuparemos hoy, sino de una de sus mutaciones: Los benditos bendecidores. 

El tema Venezuela en el escenario internacional, pasa a un segundo plano ante conflictos como el de Siria, a pesar de que las cifras de muertes y desplazados, puedan llegar a ser mayores en el caso del país suramericano.

Más de 400 mil muertos y cinco millones de desplazados, son las cifras que se le atribuyen a Bashar al-Asad en Siria. Maduro puede, en Venezuela, incluso superar a  al-Asad. 

Aquí es donde comienza el crepitar de dolientes del Narconazismo venezolano. Esa gente es capaz de argumentar, que las 28.000 muertes violentas ocurridas solamente en el año 2016 en Venezuela, no son comparables con las 470.000 víctimas de la guerra civil siria en 10 años. 

dudar es transigir, callar es apoyar y no aceptar la monstruosidad de lo que la narcotiranía instaurada por Hugo Rafael Chávez Frías

Los laboratorios de guerra psicológica venezolanos intentan impactar a la opinión pública, montando un show mediático en torno a las gotas milagrosas contra el COVID-19, para desviar la atención del incremento en la tasa de homicidios de 19 a 81,4 por cada 100.000 habitantes. Un aumento del 428%; Pero eso, según los rastacueros, no se puede comparar con el caso de Siria, porque las muertes en Siria son causadas por balas, mientras que en Venezuela, las muertes son causadas por hambre, miseria, enfrentamiento entre bandas o desacato a la autoridad. 

En Siria hay una guerra, en Venezuela no, Maduro tiene más muertos encima que Bashar al-Asad y por su culpa, más venezolanos que sirios han abandonado su país; pero alguien se ha encargado de convencer al mundo en estos 20 años, de que el caso venezolano, es una cosita insignificante.

Entre 2013 y 2019, por señalar sólo seis años de la Dictadura Narcomafiosa, más de 100.000 venezolanos engrosaron la lista de víctimas de la violencia y aumentaron los casos de “resistencia a la autoridad”. ¡Ah no!, pero no podemos comparar a Venezuela con Siria, porque en Venezuela no hay una guerra como la que padece Siria, aunque en Venezuela haya más muerte y más destrucción que en Siria, con el debido respeto que nos merece el pueblo sirio. Debe ser que como  la muerte por hambre es más suavecita, duele menos, entonces por eso las muertes de venezolanos durante estos 21 años de narcodictadura, generan menos titulares de prensa que los muertos y desplazados sirios. Aunque no sea descabellada la idea de que dada la evidente manipulación de datos en ambos casos, las cifras venezolanas pudiesen eventualmente incluso superar las del caso sirio. 

Son veintiún años de narcogobierno contra 10 de guerra civil, o en palabras de Roberto Briceño León, Director del Observatorio Venezolano de Violencia, (OVV), organización no gubernamental que junto a algunas universidades, investiga los índices delictivos en Venezuela, el país se ubica en la parte más alta de las listas mundiales de violencia, superando a algunas naciones que viven en conflictos armados.

“Sí, pero es que…” empiezan los rastacueros. Sí, ¡pero es que nada!. 

El caso venezolano es comparable con el nazismo y con la guerra siria. Allí están los datos. Lesa humanidad, holodomor y genocidio, son ideas asociadas al chavismo.

Hoy desde el exilio, me pregunto cada vez con más insistencia, sobre lo que me sigue uniendo a mi País, y más allá de venezolanos que repudien la monstruosidad, eufemísticamente hablando, que se vive en Venezuela desde 1999, no queda nada. 

…las muertes en Siria son causadas por balas, mientras que en Venezuela, las muertes son causadas por hambre, miseria, enfrentamiento entre bandas o desacato a la autoridad. 

El tiempo para la presunción de inocencia en el juicio al Narcochavomadurismo se agotó. El rastacuerismo es otra forma de narcochavismo, es como decir la oposición venezolana, no hay cabida para más “sí, pero es que…”

Es aquí donde entran los benditos bendecidores, que son el verdadero tema de este escrito. 

Entre el exilio, la pandemia, la cuarentena y las nuevas formas de relacionamiento social, se encuentra uno con cada especie, que sorprende más que la otra. 

Los círculos sociales a los que nos ha confinado el confinamiento, son algo así como: “Venezolanos en el Exterior”, “Venezolanos a punto de irse al exterior”, “Venezolanos en camino al exterior”, “Grupo de amigos”, Grupo de Mejores amigos”, “Grupo de mejores amigos exclusivos”, “Grupo de Facebook”, “Grupo de Facebook en contra del uso de los datos privados en Facebook”, “Grupo los reptilianos”, “Grupo Sumerios”, “Sumerios y Anunakis”, “Los maracuchos”, “Maracuchos en Maracaibo”, “Maracuchos en el Mundo”, “Seguidores de Lila”, “Detractores de Lila”; pero hay un grupo, que es como el cero a la teoría de conjuntos. Pertenece a todo conjunto, pero no es un conjunto en sí mismo.

Es un grupo de gente que lo único que hace es bendecir. Uno no sabe si esa gente sabe escribir o no, si tiene buena ortografía o no. No se sabe si son de verdad o son una máquina programada para bendecir apenas uno acerca la mano a su celular. Es difícil determinar si son amigos o son un sistema de espionaje cibernético o un grupo de hakers comandado por Julian Assange para sacarle a la luz pública toda la porquería que se consume por las redes sociales, dos días antes de la postulación a la presidencia de tu grupo de jua sap y así entonces acabar con tu carrera política.

En fin, ellos sólo profieren bendiciones.

Bendecido día, te dicen. Bendecida semana, bendecido domingo. Nada de bendito seas, ni que te vaya bien, no, es el verbo bendecir conjugado, ni siquiera en pasado simple o en pretérito, sino como en copretérito pluscuamperfecto, calculo yo, y me imagino que está conjugado en ese tiempo, para que la bendición sea, lo suficientemente bendecida y bendecidora. 

Esta gente, además de bendecida, tiene la particularidad de ser de teflón. Les resbala como esté uno. Si uno está preso o en el hospital. Esa gente no sabe si uno anda de luto o de parranda, ellos no saben si uno es feliz o si está siendo martirizado en uno de los círculos del infierno, no saben si uno fue abducido, o si fue poseso por uno de los ángeles caídos. No, ellos sólo bendicen, esa es su única función, su razón de existir. Ellos lo único que hacen es postear, o como se dice ahora en buen castellano, “guasapear” emoticones que tengan el verbo bendecir adjunto. Pero uno se desaparece tres meses y a los tres meses le estampan en la pantalla su bendecido MSM, no se interesan por saber el motivo de la prolongada ausencia, sólo les interesa que uno esté bendecido. Uno le puede haber deseado el feliz cumpleaños cada 30 de febrero puntualmente durante 48 años y deja de hacerlo durante quince, y al felicitarlos nuevamente después de 16, ellos se limitarán a mandarle su bendecido mensajito cuando lo ven a uno conectado a la red.

Claro, hay excepciones, las que confirman toda regla. Un bendito bendecido puede dar consejos. Dante saca todo ese odio de tu alma, tu no eras así. No permitas que tu risa se marchita por el pesimismo. Vive tu fe desde el amor, desde la tolerancia, no permitas que las fuerzas del mal opaquen tu luz. Vibra en positivo, desde la llama violeta y envuelve a Venezuela en tus pensamientos en verde de sanación. 

Pero como te digo una cosa, te digo la otra. Si a la madera le cae polilla, hay que buscar una solución. Si al perro le caen pulgas, se le busca remedio, al huerto hay que desmalezarlo para cosechar el buen fruto. Si el niño está adquiriendo malos hábitos, se le corrige y en ninguno de esos casos el odio tienen que ver. No se le tiene odio a las polillas aunque haya que exterminarlas, ni se odia a las pulgas ni la mala hierba ensombrece la luz de tu alma, mucho menos pretendes maltratar al niño. El tema es que todos sabemos qué es lo que corre por las cañerías; pues bien, en Venezuela las cañerías están tapadas por el ejercicio del poder a manos del narcotráfico y la miseria humana. 

Pues si amigos, entre sirios y venezolanos, bendecidos sean todos. 

HEMOS SIDO VIOLADAS

Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta

María Teresa, 25 años, Chile; Eloísa, 32, Colombia; Matilde, 18, Argentina; Carmen Luísa, 45, Venezuela… Rosario, España… Brasil, Portugal, México, África….Ácido en el rostro, mutilaciones, violaciones múltiples, muerte… La víctima común, una mujer, una niña.

Así como reza «cuando se tiene un hijo, se tiene a todos los hijos del mundo», cuando una mujer es violada, nos han violado a todas. Cada mujer debería sentirse ultrajada. No importa si la conoces, si es familia, compatriota, debe moverte por dentro. La solidaridad, la empatía y la frustración, la impotencia, el dolor que representa un acto tan cruel como ese, no nos puede ser indiferente.

un acto inhumano, ejecutado sólo por una bestia. Y ese animal, debe ser castigado. Debe ser juzgado y sentenciado.

Pero no sólo de la boca para afuera, diciendo o pensando que es lamentable, que es un hecho atroz; es alzar la voz, hacer viral nuestra inconformidad, hacer viral el rechazo a la impunidad con la que se conducen muchos casos. No es preciso ser feminista, feminazi, militar en colectivos, organizaciones, sino ser mujer, cuyo motor sea el de oponerse de viva voz a estos despreciables eventos. Para eso sí que sirven las redes sociales, o cualquier otro mecanismo que permita expresar nuestra inconformidad, en especial, cuando quien impide expiar la culpa es también una mujer.

Si bien es indistinto el término jurídico que se le imprima, en el entender del caso, basta con el simple acto de obligar a una persona a tener sexo sin su consentimiento, indistintamente de su religión, raza, nacionalidad, edad; es por demás un acto inhumano, ejecutado sólo por una bestia. Y ese animal, debe ser castigado. Debe ser juzgado y sentenciado.

La manera en que legal o judicialmente se le llame en Venezuela o Argentina, o donde ocurra, en estos momentos, no tiene peso, al menos para mí. El término, aunque funcione para el litigio y establecer condenas (donde sí ocurren y no son absueltos los criminales) para la víctima y para todas las mujeres que nos solidarizamos con ella, es VIOLACIÓN, simple y pura… No se le puede llamar y definir de otra manera.

No es preciso ser feminista, feminazi, militar en colectivos, organizaciones, sino ser mujer

En muchas sociedades, las agresiones contra las mujeres son una constante, un tema cotidiano. “Es que iba vestida con poca ropa”, “Estaba provocando”, “Quién la manda a salir sola en la noche”, “Se emborrachó y no se resistió”. Aquello de que el fin justifica los medios, o las formas. Excusas, justificaciones para cometer un delito abominable.

Que no se nos vuelva costumbre. El tema de la venezolana en Argentina, sin restarle méritos, está por debajo de realidades que no son públicas y mucho menos se convierten en virales en Twitter, Instagram o TikTok. Es imperativo que las instituciones, en cualquier país que se precie de defender los derechos humanos, castigue con el peso de la ley, actos como el que hoy nos ocupa y preocupa. Que no se esfume en la cotidianidad, en el día a día.

DOS DE 23

Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta 

Pasará cierto tiempo antes de que caiga en cuenta de lo que exactamente ocurrió en su vida en 2014. Es apenas un muchacho y a los 16, las cosas se miran con menos rigor. 

Es agosto 25, dos días atrás se había despedido de sus mejores amigos, lo mismo había hecho con sus profesores, con su computadora de siempre, su confortable cama y su cálida y desordenada habitación. Realmente, se había despedido de más gente, más lugares y más cosas, pero un muchacho a su edad, ve la vida con menos aspereza.

Despedirse, no con un hasta luego, sino con un quién sabe hasta cuándo

Todo lo que podía cargar consigo tuvo que entrar en dos maletas de 23 kilos por lado. Todo lo que al final no entró, se quedó en el limbo, como sus juegos, sus cuentos, hasta las fotos, los muñecos, la ropa que alguna vez le sirvió, la pelota de waterpolo que tanto cuidó.  

Aquello que no entró en las maletas, incluso sin ocupar espacio o aumentar el peso, se lo llevó en los ojos; el amanecer por el este, la puesta del sol de su playa favorita, la lluvia cayendo en el techo de la casa, el primer beso en la escuela, todo cuanto aprendió.

Danzando en el tiempo se quedaron las papitas fritas y la malta que el abuelo le regalaba al salir de colegio y cuando le dejó guiar el volante del carro con apenas cuatro años de vida.   

Todo cuanto suma en recuerdos, los primeros, los siguientes y los de siempre, no entraron en las maletas. Allí va todo lo material, lo estrictamente necesario, porque cuando dominó la bicicleta sin ayuda, cuando bateó su primer hit, cuando anotó un gol por vez primera, cuando corrió su primera ola; eso que vivió con pasión donde nació, ya nunca más será.  

Aquello que no entró en las maletas, incluso sin ocupar espacio o aumentar el peso, se lo llevó en los ojos…

Ese muchacho, sentado en su par de maletas de 23 por lado, como una sombra en el aeropuerto, no imaginaba lo que era emigrar. Despedirse, no con un hasta luego, sino con un quién sabe hasta cuándo; despedirse por fuera pero no por dentro, nada de eso lo sospechó.

Habría querido que su equipaje incluyera todo el valor que iba a necesitar después, la determinación que le impulsaría años más tarde. Habría querido que su despertar siempre fuese en esa ciudad de flores, estudiar en la universidad de sus anhelos, pero no siempre se nos permite decidir. En esos 46 se escondió el aroma de la tarde maracayera, se introdujo como polizón la sonrisa desmedida y la complicidad de su abuela; se filtraron los aromas y el sabor de la cocina venezolana, el perfume tempranero de su prima cuando iban juntos al liceo.  

Si hubiese podido, ese muchacho, que no mira con mucho rigor, no se habría despedido…