Dante Garnique / @dantegarnique
¿A quién le importa Venezuela?
A los venezolanos.
Para el resto del mundo, somos una anécdota.
Venezuela ya no existe, Venezuela es un recuerdo, una pérdida, una ausencia. Porque aunque regresemos, ya no será al mismo lugar y la gente aunque sea la misma, ya no se reconocerá, porque será otra.
Ya los mangos y las guayabas no serán tan dulces. Los mangos de antes sabían a tarde libre, a merienda, a complicidad infantil; los mangos de ahora saben a carencia, saben a miseria. El pan más dulce del país dejó de ser lo que era, para convertirse en un símbolo. Una arepa con mantequilla ya no es la primera boronita de comida que una mamá venezolana le da a su hijo, ahora es un emblema, un bastión de gentes en el exilio.
Hablar de lo crocante de una empanada rellena con carne mechada hecha con bastante ají dulce, chorreada con crema de ajo y cilantro, puede ser una falta de respeto para tanta gente con hambre.
Describir el placer que produce en el paladar del venezolano una chicharronada o una arepa frita con chicharrón o un sánduche de pernil de los de La Encrucijada, hoy puede ser desconsiderado para con quienes no saben con certeza, si les alcanza el dinero para comprar unos racionados gramos de pan.
Una arepa con mantequilla ya no es la primera boronita de comida que una mamá venezolana le da a su hijo, ahora es un emblema, un bastión de gentes en el exilio.
Venezuela ya no existe, lo que queda es un montón de gente con hambre, desesperada y desesperanzada, más de 30 millones; queda una dictadura y un gran vacío. Ya no existe, yo sólo no soy Venezuela. Venezuela somos todos con una sola idea, una idea que por estos días no está clara, una idea que un día tuvimos y que hoy no se sabe dónde está.
Los amigos ya no son como antes, ahora te eliminan de las redes cuando prevalecen las diferencias. Antes había diferencias que se olvidaban los viernes por la tardecita. Ahora, cuando alguien se enferma en Venezuela, ya no se piensa en comprar frutas o flores, sino en iniciar una campaña de recolección.
¿Quién llora la muerte de la confianza, de esa que nos permitía convertirnos en el mejor amigo de alguien a los 20 minutos de haberlo conocido? ¿A quién le importa que ya no podamos andar contentos a las tres de la madrugada por el barrio sin temor a ser sorprendidos por el infortunio?
Venezuela ya no existe, lo que queda son historias, esperanzas, deseos, ni siquiera hay proyectos, ni siquiera hay acuerdos, ni siquiera una bandera, ni siquiera un escudo, ni siquiera una moneda.
Para quienes seguimos aquí, Venezuela es un supuesto, algo en lo que no se piensa, como no pensamos en la respiración ni en los latidos del corazón. Quienes estamos aquí no tenemos tiempo de pensar, estamos ocupados en no dejar de existir. Venezuela no es ahora ni una remota posibilidad, no es un plan, es, si acaso, algún deseo.
Antes había diferencias que se olvidaban los viernes por la tardecita.
La Venezuela de quienes se van, no es la misma de la de quienes se han tenido que quedar, ni la misma de quienes regresan, ni la misma de quienes regresarán. Son «Venezuelas» distintas.
Venezuela ya no existe, Venezuela se perdió, se perdieron los mangos y las guayabas y los amigos chéveres y el cilantro y el ají dulce, y las caminatas de madrugada y las llegadas por sorpresa a comer en la casa de la abuela o a tomarse el cafecito. Y es que hasta la abuela se nos fue y ni nos dimos cuenta, Venezuela ya no existe, Venezuela se nos fue.
No sabemos cuándo pasó, pero pasó, probablemente fue cuando nos dimos cuenta de que ya no estábamos, que ya no éramos, que aunque seguíamos siendo, ya no éramos los mismos. Teníamos el mismo nombre, sí; los mismos recuerdos, sí; recordábamos a las mismas personas, sí. Pero ya nada de eso era lo que había sido, pero es que hay maneras de dejar de ser, siempre se deja de ser, al segundo siguiente; pero dejar de ser y dejar de estar al mismo tiempo, no es lo mismo; ni para quien no está, ni para quienes no están.
Viernes 15.06.2018
A tí, que ya no estás.