HAMBRUNA DE BUENAS NOTICIAS

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Belén González / @mbelengg

Venezuela, un país con una situación sociopolítica atípica y totalmente volátil, sobrevive agobiado por un espiral de carencias más que evidente. Y en este escenario de días oscuros, no nos damos cuenta de que estamos a merced de un enemigo peligroso, la desinformación. Un arma poderosa que, por cierto, la dictadura ha aprendido a usar con eficiencia.

La censura y presión gubernamental a los medios, a los periodistas, divide al país en dos. Por un lado, está la Venezuela ideal, imaginaria, donde las cifras importantes no se maquillan simplemente se obvian, donde la información oficial no existe, donde los medios prefieren callar para sobrevivir; y por el otro, una nación deprimida, acorralada, hambrienta de buenas noticias, tan desesperada que cree en todo lo que lee y escucha, rendida a las redes sociales a las que asume como fuente primaria de información olvidando que en ellas caben tanto personas con agendas propias, como intenciones que no siempre son sanas.

Es importante tener claro que las redes sociales son un espacio ideal para el cultivo y diseminación de las llamadas “fake news”, en español, noticias falsas, término que define a todos aquellos mensajes especialmente elaborados y difundidos con la intención deliberada de engañar, manipular, desprestigiar o enaltecer, y cuyos objetivos son fundamentalmente económicos o políticos.

…una nación deprimida, acorralada, hambrienta de buenas noticias, tan desesperada que cree en todo lo que lee y escucha…

No se trata de un concepto nuevo, pues las “fake news” se usaron como herramienta para impulsar la matanza de los primeros cristianos, así como de los judíos en la Edad Media, y en pleno siglo XX, los nazis las convirtieron en su mejor estrategia de propaganda política. Por eso no extraña que, en este momento de la historia en el que la mitad de la población mundial es usuaria de internet y de las redes sociales, las falsas noticias sean en buena medida protagonistas de los acontecimientos que nos rodean. Cualquiera puede usarlas con una intención determinada, multiplicando un mensaje de forma global y a una velocidad impresionante, con la opción de desdibujar deliberadamente la fuente primaria de la información.

Ciertamente, las noticias transmitidas a través de las redes pueden ser útiles como mecanismo de aglutinamiento social, como sucedió en el caso de la llamada “primavera árabe”, pero igualmente pueden convertirse en un arma para la defensa o el ataque de determinados ideales.

En nuestro país esta dualidad se pasea entre la fábrica de mentiras desestabilizadoras que la dictadura de Nicolás Maduro difunde a través de los medios tradicionales y de las redes; y el error del ciudadano común, que ante la desesperación por saber qué está pasando en el país, se convierte en multiplicador de un cúmulo de “fakes news”, que sólo sirven para sembrar la duda y permear el sentimiento de que nada es verdad, de que no podemos creer en nadie.

En Twitter, por ejemplo, se dijo que Maduro ya estaba huyendo al exilio; que Diosdado Cabello había decidido irse a Cuba como embajador; y hasta que los Marines estadounidenses ya se apostaban en la frontera colombo-venezolana para iniciar la intervención militar. El mismo caso se ha dado con los audios diseminados a través de WhatsApp, como aquel en el que se afirmaba que por orden de Maduro se estaban llevando a los menores de los liceos sin el consentimiento de los padres. Ninguna de estas informaciones resultó cierta, pero muchos decidimos replicarlas sin más, haciéndole el juego a Maduro y sus secuaces.

…es importante asumir que cada vez que diseminamos información falsa a través de nuestras redes sociales, generamos más angustia y desesperanza.

Esto sucede porque aún no somos realmente conscientes de que las “fake news” se nutren precisamente de escenarios de confusión informativa, especialmente ante situaciones inesperadas, y porque erróneamente estamos convencidos de que sabemos cómo diferenciar la verdad de la mentira.

Para descartar las noticias falsas, y en especial, para no hacernos eco de ellas los ideal es prestar atención al formato, a la ortografía; a las fotos que por lo general son manipuladas; es importante revisar la fechas, si las tienen y desconfiar de los titulares exagerados o alarmistas; es indispensable contrastar la información con fuentes conocidas como medios internacionales; examinar siempre la URL para descubrir si se trata de una dirección web falsa; y de ser posible, investigar la fuente de la noticia.

No es un trabajo sencillo, y sí exige tiempo y dedicación, pero es importante asumir que cada vez que diseminamos información falsa a través de nuestras redes sociales, generamos más angustia y desesperanza. Las críticas constructivas son saludables, las opiniones particulares son respetables, pero lo realmente importante en este momento es dejar de vivir en la mentira institucionalizada por el chavismo, y comenzar a ser ecos de la verdad. Las “fake news” no resuelven nuestra hambruna de buenas noticias, sólo la multiplica.

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