Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
En honor a los jóvenes que entregaron su vida por Venezuela en 2017, y a los que sobrevivieron.
“En los ojos de los jóvenes arde la llama; tienen el genio vivo y el juicio débil” diría Homero, por eso asumen los riesgos sin miramientos, ven la muerte como un desafío porque después de todo, les arrebataron tanto que también les robaron el miedo. Violines entonan la marcha diaria; el escudo, la bandera y la capucha su tridente de lucha, que deja entrever ojos inocentes pero llenos de valor. Son Vendetta, son los guerreros de franela, son libertadores, son la esperanza apostada de norte a sur, de este a oeste; la amalgama perfecta entre ímpetu, coraje e infatigable corazón.
Es una generación que en promedio, creció en la era de Chávez, y hoy choca de frente con su legado: un país en ruinas y sobre éste camina, corre, cae y se levanta para volver a empezar, porque le inspira la sed de justicia y el hambre de libertad. Son rebeldes con causa, les mueven razones de sobras, “no quiero ver a mi vieja haciendo colas”, “quiero vivir en libertad, no en dictadura”, “salgo a la calle para que mi novia no se vaya del país”.
..balas contra piedras, metras contra molotov; lacrimógenas contra gritos de libertad. Resistir ante una ballena de acero que ahoga y arrastra.
No nacieron de la misma madre y se tratan como hermanos, porque Venezuela les abrigó en su vientre durante las dos últimas décadas (o un poco menos), y como una patria preñada quieren que se ponga bonita después de este parto tan doloroso. Les ha tocado vencer al enemigo más implacable que haya tenido esta era, el implacable Goliat.
De cartón, lata y cuero
Qué triste suenan los perdigones y balas, en los escudos de cartón, en los de lata, en los de cuero que usan los guerreros del asfalto. No disponen de mayores herramientas de lucha y protección. Se saben en desventaja pero eso no los detiene, saben que un escudo no los cubre, no les resguarda la vida, sin embargo, lo sujetan como soldados pretendiendo ser infalibles.
Esos escudos representan las oraciones de las madres, de los padres, tías, abuelos, amigos, de desconocidos que rezan para que vuelvan a casa, sanos y salvos, a pesar de que Goliat los espera lleno de artimañas y con sed de sangre y venganza. Quienes los encomiendan al cielo sienten una fe firme en que David vencerá a pesar de las abismales diferencias en el combate: balas contra piedras, metras contra molotov; lacrimógenas contra gritos de libertad. Resistir ante una ballena de acero que ahoga y arrastra.
Las bajas de la resistencia han sido lloradas y sentidas en cada hogar venezolano por igual, porque como reza el poema de Andrés Eloy Blanco “cuando se tiene un hijo, se tiene a todos los hijos de la tierra…Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños que la calle se llena y la plaza y el puente y el mercado y la iglesia, y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle y el coche lo atropella…”. Su gallardía y valor nos han contagiado; es una lección globalizada. Nos han incendiado por dentro y tatuado la piel de tanto erizarse, cuando se nos han ido mirando al cielo sonreídos, cuando los arrolla una tanqueta y no pueden apagar su vida ni sus ideales; cuando el fuego ha encendido sus gritos, cuando la viola ya no sonó más, pero siguen las notas de otros violines, o cuando marchitaron la rosa.
Hermandad de asfalto
Sin conocerse más allá de su lucha en el asfalto, se apoyan y cuidan con un afecto inusitado. Han diseñado estrategias de combate sin haber estudiado para ello. Ya son casi cuatro meses de resistencia en las calles, de postergar el sueño, el hambre y la sed y no, no van de ciudad en ciudad como gitanos o caravaneros, en cada estado hay una resistencia diciéndole al Gobierno y al mundo, ¡Abajo la dictadura!
Es como si la sangre de nuestros libertadores los condujera en otra Batalla de la Victoria, de esta batalla que están librando con un valor meritorio. Hay un principio que motiva y mueve a esos jóvenes, hoy protagonistas de una lucha tan desigual, tan arriesgada; de esa querella infatigable que han asumido en nombre de todos los venezolanos, de cualquier edad, raza, religión, bandera política: liberar al país entero, sin distingos, porque “la lucha de pocos, vale por el futuro de muchos”.
Una generación que le duele la situación del país, ha vivido las carencias y restricciones económicas, la imposibilidad de progresar y poder estudiar en una universidad o instituto sin la sentencia del adoctrinamiento; comprarse un carro aunque fuese usado; y ante el agotamiento y los cambios radicales impuestos por el régimen de Maduro, salieron desde abril a las calles del país a manifestar su repudio dejando el alma y la vida.
Son jóvenes –hombres y mujeres-, bravos, hartos y decididos porque en su mejor época de estudiantes les tocó vivir el peor momento del país y se han preparado no sólo con voluntad y aplomo, sino con chinas, cascos, escudos, tubos, máscaras antigases -algunas de fabricación cacera-, y el símbolo de mayor arraigo, la bandera venezolana.
Aunque la mayoría de los “valientes” surge del sector estudiantil, se les han unido en un sólo clamor otros jóvenes y niños cuyos hogares pasaron a ser las calles, como “los hijos de la oscuridad”. Y la adrenalina que sienten al defender al país y la hermandad entre ellos se ha alimentado de la camaradería, de la fraternidad y el deseo irrenunciable de vivir en libertad y justicia social.
…dejan la piel en las calles para que impere la libertad en Venezuela.
Hay en ellos un alto grado de compromiso con el país que detrás de esa batalla diaria, les acompañan otros héroes anónimos que hacen parte de la logística tras bastidores: los que les dan provisiones de comida, medicinas, alojamiento, ayuda legal, médica y psicológica.
Quizá algunos están descubriendo otras virtudes potenciales, dignos de ser apreciados por caza talentos de atletismo y béisbol, para atrapar las lacrimógenas –rodando por el suelo o en el aire-, y devolverlas como una jabalina. Tienen una capacidad de supervivencia envidiable.
Lo cotidiano de un Valiente
De los testimonios se desprende una realidad que no sorprende, en contraparte evidencia la naturaleza de estos muchachos que hoy, dejan la piel en las calles para que impere la libertad en Venezuela. Escuderos comunes, sin mayores pretensiones que las de acabar con años de injusticia, de luto desmedido y de una violencia que se ha institucionalizado.
Pernalete era una promesa del baloncesto; Cañizales pertenecía al Sistema Nacional de Orquestas, Ángel era nadador y Miguel era periodista; Paul estudiaba medicina y era voluntario de los cascos verdes, Neomar era estudiante de bachillerato y David de enfermería; Jairo, Daniel, Paola, y un largo etcétera eran estudiantes de diversas carreras o estaban a punto de iniciarlas. Y les gustaba la salsa casino, jugar al futbol en una caimanera, PlayStation, ir al cine y a la disco, la playa y la universidad.
Mientras se llora a los caídos, otros siguen en el frente de batalla, está Marco Antonio, estudiante de cuarto año de Derecho; Ángelo con un futuro prometedor en el balompié, Marta quiere ser psicóloga e Inés economista, y también Joel y Mariana que nunca han estudiado, o están los José, Jhonathan, William, Milagros, Ana María, Yuraima…Todos quieren y luchan por ese futuro, para vivirlo dentro de Venezuela, pero como expresara Martin Luther King “La libertad nunca es dada voluntariamente por el opresor; debe ser demandada por el oprimido”.
¡Sentido!
Escribes por los sin voz, cada palabra te sumerge en esa protesta interna que no descansa por ver a un país tan maravilloso con aires que limpien el rostro.
¡Volveremos!
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