LA CÁRCEL QUE ES VENEZUELA

0 LA VENEZUELA DE NOSOTROS 2

Zeudy Acosta Paredes@zeudyacosta

Venezuela es un país que se desdibuja en cifras. Todo cuanto de ella emana es un conjunto de números abismales, que no necesariamente relucen en torno a su desarrollo. Deudas, inflación, corrupción, pobreza, muertos, eso prevalece. Pero además, quien allí permanece todavía, también es un número de presidiario, porque aun sin cometer delitos, millones de venezolanos están presos; Venezuela es una cárcel.

Recuerdo que por allá en 2012 vi por primera vez la descripción y explicación minuciosa del pranato en Venezuela, publicado en un diario nacional. Habíamos escuchado sobre el tema, pero quizá nos negábamos a aceptarlo del todo. Se trataba de la radiografía  estructural  de una organización delictiva que operaba desde los recintos penitenciarios, que además funcionaba como un apéndice del régimen que otrora lideraba Hugo Chávez y que, en consecuencia, hereda Nicolás Maduro.

... aun sin cometer delitos, millones de venezolanos están presos… 

A más de 50 mil asciende el número de privados de libertad del sistema carcelario venezolano, a los que se suman cerca de mil por razones políticas, los denominados presos de conciencia. Y como si esto fuese poco, la otra parte de los ciudadanos también pueden ser considerada como reclusos, entendida así: los que no tienen los recursos para emigrar (incluyendo a aquellos cuya edad es una máxima limitante, o los enfermos); y los que tienen «casa por cárcel». Y no estoy hablando de aquellos de orden político, sino del ciudadano común, ese que se recoge temprano por la inseguridad, o que no sale por el ineficiente sistema de transporte, por la falta de gasolina, por la ausencia de efectivo, y pare usted de contar; Venezuela es una cárcel.

La crisis que paradójicamente sostiene el régimen dictatorial de Maduro, arrastra consigo diversos elementos relativos al contexto político (la oposición cada vez menos asertiva, no escapa), económico, social, moral y psicológico. «El carnaval de barrotes» que se ha instalado en los 916.445 km2 que delimitan al país es de dimensiones insospechadas, y salir es una titánica utopía. El pranato liderado por Maduro y todos los que le acompañan en esa comparsa de malandros, dentro y fuera de los recintos penitenciarios, se ha ingeniado una estrategia deliberada, criminal y difícil de creer desde otras latitudes.

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Delinquir en Venezuela es de lo más natural y cotidiano, así también se ha traspolado la cruel e inhumana realidad de las prisiones al lado externo, desde dos dimensiones: es un secreto a voces lo que ocurre a nivel interno en términos de asesinados, hacinamiento, violaciones y la eterna disputa entre las bandas organizadas que allí operan por el liderato del tráfico con drogas, armas; sin dejar de lado su responsabilidad en los cuantiosos secuestros y sicariatos en ascenso.

«El carnaval de barrotes» que se ha instalado en los 916.445 km2 que delimitan al país es de dimensiones insospechadas, y salir es una titánica utopía.

Por otra parte, lo que ocurre con los centros penitenciarios no dista mucho de ser parte del acontecer diario de cualquier escenario en el territorio nacional sin distingo de razas color político o religión. En efecto, cuando se habla de las torturas a las que son sometidos los presos políticos en Venezuela en los sótanos del Sebin, cualquiera sea su denominación cromática, conviene destacar que han sido catalogadas por la ONU como uso generalizado y sistemático de fuerza excesiva. Los tratos crueles, degradantes e inhumanos empleados sin pudor y sin distinción, no se circunscriben a este sector.

El odio que los mueve y motiva no encuentra parámetros o límites, porque muy poco les importa aplicar métodos de tortura dura con los apagones y cortes eléctricos, con las largas colas para abastecerse de gasolina o cobrar una miserable pensión. Es una tortura no tener agua, gas, transporte. Es criminal no tener garantías de alimentación básica, ni acceso a la salud; es un atentado negarle la posibilidad de tener un futuro a los niños y adolescentes, por la ausencia de comida, medicinas o seguridad; Venezuela es una cárcel.

En la cárcel que es Venezuela hoy, cada vez es más complicado obtener un documento tan simple como un pasaporte, una suerte de boleta de excarcelación para quienes logran superar el resto de los obstáculos en esta carrera de supervivencia. Es tan complicado que cada vez hay menos autobuses para viajar hacia la frontera (sin contar la inadmisible cifra de alcabalas que se deben sortear pagando vacuna a policías y guardia nacional, por igual). Las embajadas y consulados van esfumándose progtesivamente sin que se puedan gestionar visas (EEUU y Canadá, por ejemplo), la guinda del pastel.

¿Saben por qué les cuento y describo todo esto? No para meter el dedo en la llaga, porque creo que todo es tan abrumador que no nos cuestionamos sobre la realidad, porque ella nos ha ido carcomiendo y conducido como caballos domados con gringolas impedidos para enfocar y sincerarnos, pues son demasiadas fuentes se dolor y quizá sin darnos cuenta, no hemos comprendido la cárcel que es Venezuela.

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