LEGADO MALDITO

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Belén González / @mbelengg
Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta

De los 59 años que vivió, quizá no está expresamente definido el tiempo que dedicó a idear su malévolo plan, lo que sí nos ha quedado claro es el período de ejecución -radicalizado por su heredero-, así como las motivaciones (resentimiento y ansias de poder) que lo inspiraban y todas las herramientas (intimidación, crueldad, despotismo) que empleó para transformar a una nación próspera y con futuro en un guiñapo de país difícil de describir con palabras que no causen dolor, repudio y rencor. El passado 28 de julio sería su aniversario de vida, pero como lo que Hugo Chavez Frías dejó a su paso por Venezuela fue peor que un tsunami, una pandemia, un terremoto o una guerra, nadie que se respete puede celebrarlo.

Podríamos escribir una extensa enciclopedia acerca de lo que el chavismo-madurismo ha representado en sus 20 años de trágica permanencia en el poder. Sin embargo, intentaremos reducirlo todo a su nefasto legado de miseria, corrupción y vandalismo. Ese que construyó Chávez -un déspota que se vendió como el caudillo redentor, que acabaría con las mafias del pasado para refundar a Venezuela-, durante los 14 años que gobernó. Para ello, como es de suponerse, hay que comprender un poco el génesis de este trozo de la historia.

Chávez diseñó a su justa medida, una nueva Constitución y con ello, la modificación de un conjunto de leyes que le abonaron el terreno para lograr su objetivo primordial: perpetuarse en el poder…

Cuando Chávez llegó al poder en 1999, la pobreza en el país se ubicaba en el 46,8% y once años después (2010) había descendido hasta alcanzar un 27,8%. Una reducción producto de las políticas sociales aplicadas, gracias a los millones de dólares que entraron a las arcas del Estado procedente de una jugosa renta petrolera,  que devino de una reducción en la producción internacional, la cual aumentó considerablemente el precio del crudo, multiplicándose de manera vertiginosa. Con esta boyante bonanza desarrolló las misiones Robinson y Ribas, la primera para combatir el analfabetismo que según datos de la UNESCO, para el 2000 superaba el millón de personas; y la segunda con el propósito de incluir en el sistema educativo a todas aquellas personas que no habían podido culminar sus estudios de bachillerato. Podría entenderse como un enorme logro; pero no, el despilfarro, les pisó los talones al poco tiempo.

Además, toda “buena acción” que se establecía venía acompañada de una estrategia creada deliberadamente  para debilitar de forma progresiva las bases sociales, tal es el caso de la nueva Ley de Educación que promulgó de improviso, a todas luces ideologizante y excluyente.

A Chávez, también se le aplaude la unión alcanzada con los gobiernos de Latinoamérica, no sin antes garantizar la expansión y profundización del Socialismo del Siglo XXI y su corrosivo ideal, demostrado con elementos supra nocivos como: el antiamericanismo, el estatismo antimercado, y el rechazo a la propiedad privada. Para desgracia del país, convirtió el aparato económico en el mecanismo para profundizar el control político, con la firme intención de mantenerse en el poder a toda costa, y restando importancia al futuro de la nación.

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Con el paso de los años, las ínfulas de grandeza derivadas del sabor que produce las mieles del poder fueron transfigurando a aquel hombre “de pueblo” en un indiscutible e implacable dictador, cuya sed insaciable de control en lo público y privado fue socavando al país. Así, nos topamos en hechos y palabras, con un individuo enfermo de odio y resentimiento -como todos quienes le acompañaron y continúan ahora en la era madurista-; quizá por ello, le veíamos hacer énfasis en que “era un pata en el suelo que logró llegar a ser líder de los venezolanos”; pero terminó siendo el verdugo intelectual y material de la vendetta que gestó contra todo el país, sin distingo entre seguidores y detractores.

Por tanto, entre realidades y muchas mentiras disfrazadas, Chávez diseñó a su justa medida, una nueva Constitución y con ello, la modificación de un conjunto de leyes que le abonaron el terreno para lograr su objetivo primordial: perpetuarse en el poder, basándose como se sabe, en la reelección presidencial ilimitada. Se despachaba y se daba el vuelto, dicho en buen criollo, a la vez que sostuvo absoluta indiferencia por las garantías básicas de derechos humanos, como lo ha denunciado reiteradamente Human Right Watch (HRW).

…“Con hambre y desempleo, con Chávez me resteo”, el mantra se convirtió en hecho, porque el hambre no tardó en tocar a sus puertas, en entrar hasta sin avisar y postrarse implacable en sus mesas.

Todo aquello que representaba una amenaza para su propósito dictatorial, pasó a engrosar la lista de enemigos que debían ser eliminados de manera progresiva. El desfile lo encabezaron los medios de comunicación tradicionales, a los que le declaró una guerra a muerte sin cuartel; incrementando «radicalmente» el control de contenidos, además de sancionar leyes que ampliaron y endurecieron las penas previstas.

La estatización se convirtió en otra estrategia certera, que le permitió hacerse de las empresas extranjeras radicadas en el país y la banca, adquiriendo las cementeras, los medios masivos, empresas de servicios, entre otras, hasta lograr un control casi absoluto sobre el aparato económico, que no implicó necesariamente, su potencialización, sino todo lo contrario, el quiebre y desaparición de prácticamente todas ellas. No conforme con esto, provocó una ruptura social del país, dividiéndolo en dos bandos, quienes lo idolatraban y quienes lo adversaban (con la misma pasión); pero además, a los primeros los fue convenciendo que “ser ricos es malo” y sembrando premisas nefastas como aquella que rezaba: “con hambre y desempleo, con Chávez me resteo”, el mantra se convirtió en hecho, porque el hambre no tardó en tocar a sus puertas, en entrar hasta sin avisar y postrarse implacable en sus mesas.

…aunque  el  padecimiento venía mutando, estratégicamente Hugo Rafael -entre carisma y manipulación-, supo solaparlo.

Consolidarse a toda costa, incluso alimentando el hambre del pueblo era una clara meta del intergaláctico, quien estrechó lazos de amistades peligrosas con los líderes de países dictatoriales y represores como Irán, China, Rusia, Cuba. En contra parte, hizo de Estados Unidos su archienemigo, a quien culparía de todas las desgracias que él mismo fue gestando, un discurso por cierto heredado por las nuevas huestes en el poder, aunque ya nadie se lo traga, porque la realidad es abrumadora.

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Quizás uno de los peores legados del hijo “ilustre” de Sabaneta, fue sembrar esa idea de que la sociedad debe vivir de las dádivas del Estado y no al revés. En efecto, en la Venezuela democrática ya existía un sustrato populista fomentado por adecos y copeyanos, pero Hugo Chávez multiplicó por mil esa disparatada manera de dilapidar los recursos públicos, creando una sociedad de rémoras a todo nivel, que convive con un Estado ineficiente, un elefante blanco, tan enorme como incompetente, plagado de gente pero sin los conocimientos y habilidades necesarias para materializar algún objetivo concreto en beneficio del país, aunque dispuestos a todo en “nombre de la revolución”.

Muchas de sus promesas de campaña se diluyeron entre la ineficiencia y la corrupción, por lo que fueron solo eso, promesas. Ninguna mejora en el funcionamiento del país resultó radical o permanente, por eso no extraña que con la llegada de Maduro al poder despertara el monstruo de mil cabezas que dormía detrás de Chávez. Bien lo afirmó Diosado Cabello tras la muerte del “Comandante eterno”: él era nuestro muro de contención. Lo han demostrado los hechos desde 2013, una hecatombe sin freno, una avalancha de ruina y perversión.

Y que quede claro, Chávez sí sabía lo que hacía, nadie lo tenía engañado, la diferencia entre su gobierno y el de Maduro es la velocidad que se le imprimen a la desgracia. Quizá por ello, aunque el padecimiento venía mutando, estratégicamente Hugo Rafael -entre carisma y manipulación-, supo solaparlo.

Estado ineficiente, un elefante blanco, tan enorme como incompetente, plagado de gente pero sin los conocimientos y habilidades necesarias para materializar algún objetivo concreto en beneficio del país, aunque dispuestos a todo en “nombre de la revolución”.

Al quitarse las máscaras, tiraron al traste todo lo que “hubo de hacer bien Chávez”: se perdió la influencia y el estatus en la OPEP derivado del descalabro de PDVSA, y con ello acabaron con las misiones, se multiplicó la pobreza, la inflación ha superado todos los pronósticos; la devaluación de la moneda es un tema que ni ellos mismos comprenden. Hay incrementos sustanciales, pero no en materia de desarrollo y evolución, sino en deserción escolar, en desabastecimiento de alimentos. Así como en la escasez de gas, gasolina y todos los productos derivados del petróleo; en hospitales fuera de servicios, en la diáspora más grande de toda nuestra historia.

La herencia que nos cedió Hugo Rafael Chávez Frías, por una parte, fue un gobierno entrampado en su narrativa de combate, de populismo y de culto a su imagen; y los prospectos que ello suponía para un país, acabaron en la más insondable de las crisis. Mientras que, por otro lado, dejó la profundización de todos los males que pretendía eliminar: corrupción, concentración de poder, dependencia petrolera y pobreza. En fin, nos heredó un país del que hay que emigrar para sobrevivir. Por tanto, aquí no hay nada que celebrar, ni de lamentar pérdidas, después de todo ya entendimos aquello de «no volverás».

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