
Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
Pérdidas y ganancias. Ese es el resultado del balance de la vida. Han transcurrido seis años desde que vi desdibujarse la costa litoralense en mi retina. Cuántas veces aquellas playas bañaron nuestros sueños y esperanzas de pequeños, de adolescentes. Cuánto de despedida se respiraba en el aeropuerto internacional venezolano ese agosto de 2014. No lloré, no lloramos.
Había demasiada renuncia, y no quedaba rendija, recodo para el desahogo. Mucho de expectativas encausaban el pensamiento, el corazón. Cuando emigras renuncias a todo.
Aquello que fuiste, por lo que definiste gran parte de tu vida, queda atrás. Comprendes que aquello que leíste, lo que aprendiste, los títulos, son una recompensa personal, sólo eso. Fuera de la frontera, poco es lo que cuenta.
He renunciado a ser la que en una especie de stand up, entre lo personal y profesional, explicaba cómo hacer periodismo en un país enfermo y maltrecho. Renuncié a esa paradójica felicidad que creí tan mía. He renunciado a reírme a carcajadas con la frecuencia que acostumbraba.
El ego se tropieza con paredes, con calles, con rostros que no te son comunes, con un idioma que parece simple, pero que no terminas de comprender ni aprender. En caracteres y actitudes que nunca terminan de amalgamarse contigo.
Dejas atrás los afectos, los lugares, los sabores. Renuncias a lo que fue, porque por más que insistas, ya no será.
Las tecnologías reducen distancias, acortan tiempos. Un abrazo, una palmada, una mirada nunca es igual a través de una pantalla. Hay calores que son necesarios sentirlos, que es preciso que empañen tus ojos, y que te rocen la piel y el alma.
Hay dos cosas a las que no quiero renunciar, no puedo renunciar. A mi lengua materna. A ella porque la encuentro plena de riqueza, de plurales dimensiones. Amo su sonido y lo que representa cuando me expreso. Y al periodismo; porque es un escape a medianoche, una fuga con poco aliento, pero deseoso de saberse y darse a conocer.
Por eso me desnudo en cada oportunidad que se me ofrece, por eso me escapo entre las ramas de sus múltiples manifestaciones. Siempre tengo sed de contar historias, de narrar lo mío y lo de otros, y en él puedo hallarlo y hacerlo.
Las flores, los tejidos, el dibujo, la fotografía, las caminatas, han rescatado parte de lo que tenía muy dentro y no conocía en esos inmortales silencios que ocupan mi vida desde que emigré, pero el periodismo es mi bomba de oxígeno, la bujía de mi motor intelectual, el sabor más dulce en mi lengua, la dinamita en mis dedos anhelan. El periodismo me ha salvado de los males del mundo. He renunciado a mucho, quizá demasiado.