Zeudy Acosta
A la quinta repicada ella me atiende; inusualmente hoy estaba bien despierta, pero sus respuestas demasiado directas y secas. Ella no es así (fue lo primero que me inquietó). Ni si quiera cuando la despierto cualquier domingo.
Los hábitos y los sentimientos ya no son los mismos. Y es evidente que para nadie que viva en Venezuela, aunque esté en las mejores condiciones financieras, la realidad le es ajena, la realidad le debe impactar con la carga eléctrica de un relámpago.
Pregunto, ya es costumbre, por los chamos y su mamá. Como un ejercicio rutinario –aunque sabiendo la respuesta-, también abordo la situación país.
Tenía varias semanas sin llamarla. Y en escasos días cualquier cosa puede ocurrir; más si se trata de nuestro país. No hay manera de perder la capacidad de asombro. La sigo sintiendo fría, un dejo de tristeza que no encaja en su siempre esperanzadora actitud. “Recuerdas aquel malandro que se estaba escondiendo en el edificio –me cuenta-, lo mataron en la entrada. Y ahí está tirado, eso pasó en la madrugada. La policía custodia el cadáver mientras lo trasladan a la morgue”.
No es un secreto el depósito de cuerpos sin vidas en que se ha convertido la principal morgue venezolana, la de Bello Monte. Los reportes, aunque extraoficiales, dan cuenta de que son apilados unos encima de otros, y que las condiciones de salubridad no son precisamente una norma en el lugar.
Algo me dice que no es la situación relatada lo que ha trasformado por dentro a mi amiga. Se ha extraviado su esencia cristiana, su apego a la fe parece tambalearse en la cuerda floja. “Esto está todo revolucionado –prosigue ante mi menudo silencio-, es difícil salir o entrar, pero me estaba vistiendo para ver si consigo papas. Me dicen que hay un camión vendiendo. Son como mil bolos menos”.
No vacilo más, voy directo al grano; siempre hemos sido así. Una amistad que nos unió apenas siendo adolescentes, no tiene mucho que esconder. Demando una explicación de la que más tarde me arrepiento. “Esta semana cenamos los tres un paquetico de galleta de soda. La porción más grande para Eduardo (tiene 5 años); pero Diego (de 18) se molestó. No entiende por qué debe comer menos, no entiende que su hermanito debe alimentarse mejor y que él puede aguantar más por ser adulto”.
…”Esto se acabó, vida
la ilusión se fue, vieja,
el tiempo es mi enemigo,
y yo pa´ vivir con miedo,
prefiero morir sonriendo,
con el recuerdo vivo”…