VIDAS DESTRUÍDAS

rESET

Dante Garnique

Me niego a reinventarme. Yo ya fui inventado.

Por varias razones, recuerdo  el primer día de clases de algunos nuevos años escolares en mi infancia. Tercer o quinto nivel de la básica:

-¿Hola, tú eres Carmen, verdad?

– Hola, sí, pero dime Carmín, es que mi nombre no me gusta, mis papás me lo pusieron porque así se llama mi abuela.

….

-Hola, Eduardo, ¿qué te pareció la maestra?

-Me pareció como brava.

-Bueno, vamos a esperar para ver cómo hace los exámenes.  ¿Mira, te puedo pasar buscando mañana para venirnos juntos?

-Sí, pero pregunta por Edu, así me llaman en mi casa.

-¿Y eso?

-Es que Eduardo es nombre de viejos. Edu me gusta más.

….

Así, recuerdo Marías, José Inés, Enriques, Amalias, Gladiolas, Teresas y otros, con nombres que no les gustaban y que incluso me preguntaban: ¿a ti te gusta tu nombre?

Siempre me pareció muy extraño que a muchos de mis contemporáneos hasta el segundo nivel de escolaridad no les gustara su nombre, quizás, ya después dejé de prestarle atención al asunto. No les gustaba su nombre, el nombre de pila, que llamamos, porque es el que menciona el sacerdote ante la Pila del Bautismo, en el momento del rito cristiano.

Hoy, en el exilio, el tema de la identidad resurge de muchas maneras:

  • ¿Y YA TIENES PAPELES?
  • Es que he tenido que reinventarme.

No!, no me da la gana de reinventarme, y si, ya tengo «papeles» (documento de identidad), tengo cédula venezolana. Pero vivo en el exilio. Ah! El exilio.

Alguien me dijo recientemente: Dante, es mejor que te sigas tomando tu Champagne a orillas del Danubio… Lo que no saben es que tomar vodka y comer blini con caviar en el exilio, es duro.

De Maracay salí por primera vez a los 21 años, más asustado que novio de hija única hermana de cuatro varones. Cinco años más tarde pegué la carrera de vuelta y recorría las calles de mi barrio con una emoción tan grande, que sólo puedo comparar con un paseo por Las Ramblas.

A pesar de extasiarme con la Sagrada Familia durante horas acostado en el suelo, nada supera para mí, la experiencia de llegar a las 5 de la madrugada a las misas de aguinaldo, con «patines de hierro», junto con Livita, Talia y Nené, en la capilla de La Coromoto.

Imagínate obligar a un ruso a vivir el resto de su vida en Para Para de Ortiz y a comer cachapas con queso e’ mano, chicharrón, y mondongo con arepas del día anterior, en la casa de tu abuela todos los fines de semana, sin posibilidad cierta de que vuelva a ver a su familia o a sus amigos de infancia, y con temperaturas de entre 25 y 35 grados centígrados durante todo el año.

Mi mayor anhelo siempre fue retirarme los últimos años de mi vida a una casa a la orilla de la playa, en Ocumare de la Costa o en la Bahía de Cata, con el cabello largo, descalzo y en bermudas color de kaki; no bebiendo vodka y comiendo caviar lejos de Venezuela. Con exilio, todo sabe igual.

Sabe a dolor, a impotencia, tiene un intenso gusto a soledad, sabe a ¿cómo aprendo a vivir sin ti? Sabe mucho a rabia y el único postre que queda es la incomprensión: “mejor es que te quedes tomándote tu Champagne a orillas del Danubio”.

Mi Retriever de 15 años se murió y no pude llorarlo, mis viejas se han muerto y no he podido abrazar a nadie que me entienda sin pronunciar una palabra y todo eso, “mientras tomo Champagne a orillas del Danubio”.

No, no me da la gana de reinventarme, yo ya he sido inventado y sí, si tengo papeles, tengo cédula de identidad venezolana y si tuviese que nacer de nuevo y escoger un nombre para mí, me seguirá seguir siendo llamado: Dante.

A Hugo Contreras / Martes

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ME VOY A VER EL FÚTBOL CON MI CHIQUERO

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