Zeudy Acosta Paredes/ @zeudyacosta
Si el cigarrillo fuese mi vicio, aquél día me habría fumado hasta los dedos. Cada quien tiene su manera de drenar las tensiones, de tomar respiro o como dicen en mi tierra, de matar las pulgas. Sé de gente que luego de comer se fuma un cigarrillo, por aquello de contribuir con la digestión; o toman uno antes de dormir para otorgarse un nivel de relajación; los que consumen socialmente (si los amigos lo hacen también); están quienes deciden inhalarlo “porque no aguantan el deseo, sólo cuando se toman los tragos” y hasta para ayudarse a ir al baño se prenden uno. Pero en fin, esto no se trata de una crítica a quien decide quemarse por dentro con el tabaco, cada quien hace de su culo un tambor y busca quien se lo toque. El asunto es que yo no fumo, por razones variadas, pero creo que ante el nivel de tensión y presión que sentí aquel día, me pude fumar la cajetilla en ese momento, si con ello conseguía estabilizarme.
Una amiga venezolana residente en España me dijo, y lo puedo certificar, que una de las principales críticas que en el exterior nos hacen -porque le echamos pichón a todo, somos muy eficientes en lo que sea, sí-, que no somos muy rápidos, y en este aspecto es donde más me salpican. Llevo casi seis meses de ayudante de cocina (antes de que lo pregunten…NO COCINO). Al menos en este restaurante, el ayudante es algo así como “la esclava” del Chef. Prepara alimentos, los pica y ordena (desde ajos, legumbres, pescado y pare de contar), pero por lo general no los cocina. Puede atender y evitar que se quemen, pero no los cocina. Puede calentar y servir en el plato las sopas, pero no las cocina, y hacer que todo esté básicamente a la mano del jefe, pero cuando de saludos y elogios se trata, quien los recibe y celebra es …el Chef.
Detrás de todo hombre de éxito, hay una gran mujer, dicen. Y esa podría ser yo. Sin embargo, mi trabajo básico es lavar platos, ollas, cubiertos, el piso, las paredes, los estantes, las hornillas, el fogón, que todo esté pulcro prácticamente, y todo requiere de ser un velociraptor. Y por si fuese poco, mientras tengo una ruma de cosas por lavar y ordenar, debo también calentar alimentos en el microondas, descongelar, pelar y moler ajos, acomodar camarones, calamares, llorar al compás de las capas de las cebollas, freír papas (esas sí las cocino o las quemo dependiendo el caso y el día), todo al mismo son. Ah, ¿ya entienden cuando hablo del cigarro?
Este restaurante tiene su clientela (a base de platos variados y de mucha calidad), a mediodía algunos madeirenses tienen una cita inquebrantable aquí, y como la ciudad es en esencia una puerta al turismo, con mucha frecuencia lo visitan extranjeros. Recientemente, a causa de una festividad local, aumentó el número de comensales. A mi parecer, una marea los arrojó aquí, algo comparado con una avalancha. Eso colapsó las 29 mesas y mis pocas habilidades como ayudante de Chef. Entre mi forzada rapidez, mi pésima memoria para recordar las órdenes, sobre todo, si incluyen números ametrallados, habría dado lo que fuera, hasta una caja de cigarrillos para ser un pulpo con los 18 tentáculos (sí, sé que sólo son 8); así, podría lavar los platos y directo a la máquina de vapor, preparar las órdenes, alcanzar los espetos, ir al frigorífico en un santiamén, podría freír las papas, lavar las sartenes e implementos más requeridos, calentar las legumbres y batatas cocidas, sin dejar de secarme el sudor y a veces las lágrimas, tomar agua y, quedaría un tentáculo para otro cigarrito.
Marzo 2015