Zeudy Acosta Paredes/ @zeudyacosta
Quise ser muchas cosas, probablemente como muchos. De pequeño, uno desea ser de todo y luego va olvidando en el camino. Publicista, bailarina, veterinaria, internacionalista; sin un orden particular, quise serlo todo y nada de eso fui.
Cuando me tocó entrar en la universidad, aun pretendía ser veterinaria, pero estudiarlo implicaba mudarme de ciudad, y mi madre se negó rotundamente. Menos mal, después me arrepentiría. Amo a los animales, me cautivan al máximo, en especial las mariposas, los gatos, los perros y caballos (y me disfruto esos documentales de la National Geografic como un niño a un helado); sin embargo, hay que tener además de vocación, demasiado valor para verlos sufrir y que las piernas no fallen, por ejemplo.
Tenía varias opciones en la mente, la que más cobraba fuerza era el área publicitaria, pero en la Universidad Central de Venezuela no existe eso como una carrera, sino que está integrada a la de Comunicación Social. Así que me anoté a esto en 1988. Estudiar en la UCV fue de las experiencias más gratificantes, aleccionadoras y emocionantes de mi vida.
Para asombro mío, lo que menos me gustó de la carrera fue la publicidad; es genial y tiene su encanto. No obstante, dicen que lo que más nos cuesta es lo que realmente se ganará tu corazón. Eso me pasó con el periodismo; nunca trabajé tanto, nunca los profesores me exigieron tanto, nunca me equivoqué tanto como en las salas de redacción de mi escuela. Me entregué a él de alma y cuerpo, con cada ensayo, crónica, entrevista, reportaje. Sin el título en mano ya andaba escribiendo para periódicos comunales; y sin darme cuenta estaba sentada frente a la máquina de escribir de la Sala de Prensa del Palacio de Miraflores para un diario de Carabobo, por allá en los ´90.
Mucho camino andado en esta profesión me hizo conocer diversas fuentes: deportes, educación, política, sucesos. Con los años, las experiencias fueron creciendo, pero el ambiente político del país se iba tornando cada vez más oscuro y trabajar en medios también. No encajaba, no cuajaba en la jugada política fuera de los medios, ni dentro de ellos, porque sí, también los MCS son un títere de la política y los políticos se sirven de ellos, se sientan en primera fila para disfrutar el show. Me he negado a que sean instrumentos de manipulación y que pongan en bandeja de plata el tiraje y los titulares a merced de estos sanguinarios, que se dicen llamar editoriales, los mismos que profesan verdades a medias y que ahora no esconden el descaro de sus hambrientos deseos de poder.
En 2002, aposté a un área que jamás pensé podría llegar a ganarme tanto por dentro, la docencia. Venía de estar mucho tiempo desempleada porque me había mudado a otra ciudad, había dejado la capital, sus encantos y sus penurias. Impartí clases en una institución militar (de la cual me expulsan porque engrosé la Lista Tascón) y, casi al unísono entré en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Bicentenaria de Aragua; me anclé al mágico y a veces invalorable rol de la docencia. Fueron 14 años siendo facilitadora de la enseñanza. El privilegio de formar generaciones que cada vez comprendían menos el rol del periodismo y la comunicación en todas sus formas.
La crisis de mi país, conocida ya mundialmente, en 2013 estaba obligándonos a actuar como no queríamos y pensar en planes migratorios (me llevó ocho años decidirlo). No había otra salida, y desde ese tiempo para acá las cifras de venezolanos huyendo de su patria es inimaginable.
Emigrar quizá no fue lo más difícil de considerar, sino para dónde. No quería un país en América Latina (Ni EEUU porque además no tenemos Visa); es como la recurrencia del miedo con ese germen del socialismo sembrado en la cabeza de los absurdos.
Una persona que conocí en Venezuela siempre me habló de Madeira, de las ventajas que podría encontrar en este país, especialmente para mi hijo. Cuando emigramos, en agosto de 2014, él tenía 16 años. Sin pensarlo más, hicimos la tarea, todo lo que implicaba irse sin intenciones de volver. Fue un cambio radical en nuestras vidas, en especial en lo relativo al idioma. Nosotros no tenemos vínculo alguno con Portugal. Ni con los que fueron a Venezuela en los 50, 60 y 70, ni con los que viven aquí desde siempre.
Era simplemente, un panorama que aprecié dadas las circunstancias y realidad de Venezuela. La diferencia en salud, seguridad, alimentación es abismal cuando la comparamos al estado actual de nuestra patria. En mi caso, la mayor desventaja es que no puedo ejercer mi profesión, por cierto, pues para ello debo manejar a la perfección la lengua portuguesa; pero el mayor objetivo de la mudanza lo he venido cumpliendo progresivamente: mi hijo cursó lo que restaba del bachillerato y ahora está en la universidad, estudiando lo que le apasiona. ¿Ganancias? Domina tres idiomas y se siente motivado a aprender otros. Tiene mayores oportunidades y puede ver con claridad su futuro.
Esta isla, lo he dicho muchas veces, es mágica. Tiene un encanto que ni consigo explicar más allá de sus flores, la expresión del cielo y el mar que cada día es más asombroso y encantador que el anterior.
El primer día que la vi, me impactaron sus vías de comunicación terrestre; y el enlace constante de cada punto con el mar. No dejan de agradarme y emocionarme la llegada y partida de los cruceros que la visitan casi todo el año; y lo impredecible de su clima. Aun cuando no ejerzo como periodista, encontré válvulas de escape para que la muza tenga un nicho. He escrito para algunos portales, relato historias de vidas como las nuestras, los que hoy somos inmigrantes; nos inventamos esta tribuna digital para echarles cuentos de esta experiencia y, si no sigo escondiéndome de la verdad, terminaré un par de libros que tengo en maqueta. Las letras me persiguen, dejaré de esquivarlas.
¡No pude parar de leer!!
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Y ahora, yo no puedo parar de escribir….gracias
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