Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
Hay quienes consideran que la historia es cíclica, que la humanidad se ha encargado de que ciertos hechos no mueran, y por el contario, se mantengan vigentes como réplicas de un terremoto. Esto pudiera estar ocurriendo con Venezuela, pues si bien es cierto que algunas circunstancias han variado respecto a los autores, las víctimas, los perseguidos, los acusados y quienes han encrudecido la cacería de brujas, utilizar a los cuerpos represivos (Guardia Nacional Bolivariana, los colectivos, los pranes), también es una forma de exterminio, de la más sanguinaria aplicación de xenofobia, de la manifestación pura del odio.
Cuando Roma ardió en el 64, los relatos históricos registran aquel acontecimiento -aunque a veces con ciertas contradicciones sobre las causas-, como una estrategia habilidosa del Emperador Nerón, que condujo a la persecución y posterior asesinato de los cristianos, bajo el lema de “hacer justicia”,por considerárseles una amenaza y los autores materiales de aquel fuego que se consumiera a la capital del imperio en cinco días.
Si de exterminios se trata, no hay ejemplo más insigne que el Holocausto. Fueron los nazis, la SS con botas, cascos, pistolas, fusiles y gases, los artífices de la tragedia más vil que la humanidad haya conocido hasta ahora, no sólo por el contenido de su fraudulenta ideología, sino por los métodos, aquello de forma y fondo. Tras los asaltos, tras las noches de lápices, de escondites, del terror infundado; los oficiales se hacían del licor, el sexo y los placeres bajando el telón de las arremetidas en grandes banquetes, un ominoso bochinche. La práctica del sadismo que puede evidenciarse en los registros gráficos y fílmicos de la época, además de los sobrevivientes.
Algo equiparable acaece en Venezuela, mientras la cabeza, el pecho, la espalda, el cuello son el blanco de cualquier objeto que la GNB dispara contra los desprotegidos jóvenes manifestantes, en transmisión de cadena nacional, Nicolás Maduro y el resto del elenco de la obraliteraria de Víctor Hugo, arman un festín. Ya no sólo bailan en el programa presidencial, en actos públicos, en Miraflores, en los mítines, en la inauguración de cualquier vaina que se le ocurra, basta tener una excusa para celebrar, para la rumba, es un bochinche eterno.
Una bala le atraviesa la cabeza a Carlos José Moreno y Maduro toca las congas; los colectivos asesinan a Paola Ramírez y Maduro entona la trompeta; una metra en el cerebro ciega la vida a Hecder Lugo Pérez mientras Maduro habla con las vacas; nueve días en agonía colapsaron a Miguel Medina y Maduro mueve su torpe cuerpo al son de salsa en su programa radial; la GNB apaga la vida de Juan Pablo Pernalete al compás del redoble de los timbales en manos de Maduro; entre tanto, el réquiem de una desconsolada despedida retumbaba en el corazón del pentagrama por Armando Cañizales, e inexplicablemente la rumba cobraba fuerza en las afueras del CNE.
Hay una apología al irrespeto, al crimen, al abuso de poder, a la violación de todo derecho en Venezuela. Y sin darnos cuenta, como quien ha hecho del bochinche una cultura, una excusa, una vía de escape emocional; al mismo tiempo que el Jefe de Estado y su “gran combo” sueltan carcajadas, deslucen a un ritmo cada vez más vergonzoso y disfrutan como si del Coliseo Romano se tratase, las muertes, la amenaza, el miedo baldío también van calando. En la misma tónica, venezolanos de un lado y del otro, de aquí y de allá, con inusitada indolencia, capaces de mantenerse a espaldas de los acontecimientos y del dolor ajeno parecen ignorar el propósito de esta lucha, que cada muchacho asesinado o herido es parte de nuestra sangre, que se enluta el país y no hay motivos ni excusas para celebrar nada. Se trata de nuestra responsabilidad y de la corresponsabilidad que en este momento coyuntural demanda el país.
Esos muchachos cuya mayoría de edad no han cumplido, en muchos casos, sólo han conocido este régimen, y han asumido incluso sin líderes políticos, la defensa de su patria, de su futuro en libertad, como la pasión y convicción que guiaba la legión de los 300 jóvenes que Leónidas comandó en Esparta; es como si la sangre de nuestros libertadores los condujera en otra Batalla de la Victoria, de esta batalla que están librando con un valor meritorio Sin embargo, detrás de esos jóvenes, hoy protagonistas de una lucha tan desigual, tan arriesgada; de esa querella infatigable que han asumido en nombre de todos los venezolanos, de cualquier edad, raza, religión, bandera política, debe también surgir mayor compromiso de quienes salen a acompañarlos, incluso desde la casa sobran maneras de contribuir. Esa es la Venezuela que debe imperar, la solidaria, la que enfrenta los obstáculos, la que aún a punto de desmayarseesalentada porla convicción de que estamos del lado justo de la historia, pues como señalara Carlos Soublette “…Venezuela no se ha perdido, ni se perderá nunca, porque un ciudadano se burle de un presidente. Venezuela se perderá cuando el presidente se burle de los ciudadanos”.