Belén González / @mbelengg
Cuando llegaste al lugar que ocupas ahora, aquel 13 de marzo de 2013, tras la quinta votación durante el segundo día del cónclave convocado cuando Benedicto XVI asombró al mundo con su renuncia, me sorprendió tu actitud sencilla, humilde y agradecida.
No sabía quién eras, pues la única referencia que tenía era que habías nacido en Argentina, y en consecuencia, asumías el liderazgo de la Iglesia Católica como el primer latinoamericano, pero también como el primer jesuita.
Esa primera impresión, cuando ataviado como Papa saliste al balcón y pediste por favor que oráramos por ti, llamó mi atención. Decidí escudriñar en lo que se decía sobre ti, sobre tu ejercicio como sacerdote, sobre tu vida. Algo me decía, quizá la intuición, quizá la necesidad de reconectarme con una institución con pies de barro, como El Vaticano, que a la iglesia llegaba una bocanada de aire fresco.
Descubrí que Jorge Mario Bergoglio, era un cardenal bastante peculiar, que vivía en un sencillo apartamento, no tenía servicio, ni chofer, iba a su trabajo en autobús y se cocinaba su propia comida. Teólogo de prestigio, defensor de los pobres, de ideas firmes y moralista ortodoxo. Confieso que sonreí en señal de aprobación.
…no entiendo eso de fotografiarte con dictadores y esbirros de gobiernos dictatoriales…
Me enteré por cierto, que habías dedicado tu vida a la enseñanza y la atención de los pobres, pero que además, en ti había una aguda sensibilidad política, que se dejaba colar en frases como: “el poder como ideología única es otra mentira”. Por eso no entiendo eso de fotografiarte con dictadores y esbirros de gobiernos dictatoriales. Si es por aquello de que todos somos hijos de Dios, me pregunto, ¿Es que acaso ese pueblo al que ellos someten y del que abusan, está compuesto por una categoría inferior entre los hijos de Dios?
Como el Padre Bergoglio te enfrentaste abiertamente al gobierno corrupto de Cristina Fernández, y quienes escribían sobre ti afirmaban que te inclinabas a la izquierda, en lo político claro está, y creo que ahora tienen más razones para decirlo. Sin embargo, cuando como Papa decidiste no usar los zapatos rojos que simbolizan el martirio, pero que son muy finos y hechos a la medida, que escogiste vivir en el área más sencilla posible, que renunciaste a privilegios y decidiste caminar por El Vaticano para hacer nuevos amigos y llamar por teléfono a la gente que necesitara un poquito de Dios, asombrando a todo el mundo, me dije sí, este Papa número 266 de la Iglesia Católica y nuevo jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, tiene algo distinto.
Supuse, quizá ingenuamente, que contigo esta Iglesia Católica millonaria, encumbrada, lejana, con ínfulas de superioridad y marcada por el pecado mortal de sus propios líderes, podría recuperar su sentido de humanidad, que se esmeraría en demostrar que es fiel al mandamiento de amar al prójimo sin medida. Pero son muchos los momentos en que siento que no ha sido así.
A tu favor, debo decir que en distintas ocasiones tus palabras y acciones me emocionaron y me conmovieron; por ejemplo cuando le tendiste una cuerda a los divorciados, considerados parias por la iglesia; a los homosexuales, calificados de abominación; cuando condenaste la corrupción, y te enfrentaste a quienes llenan sus bolsillos de dinero mal habido y someten a los pueblos. ¿Pero, habrá en esto último un doble discurso?
Al mismo tiempo, acepto que llegaste a la gente joven, a los de otras religiones, que les diste la cara a los escándalos por abusos sexuales y a las denuncias de abuso poder en la Curia; que te concentraste en poner en práctica el lema de tu pontificado “Renueva tu fe”.
No obstante, aunque admiré muchas cosas en ti, no puedo ignorar que ante ciertos temas tu actitud distante y tibia, me ha recordado por qué mucha gente se aleja de la iglesia. Soy católica practicante, y por eso me entristece, esa tibieza ante el sufrimiento del pueblo de Dios. Voy a mencionar un caso concreto, el que me llega directo al corazón: Venezuela.
…Tengo esa sensación de que, en el caso de mi país, los asuntos políticos tienen más peso que la sensibilidad social, que los principios de humanidad, que la doctrina católica…
Y es que hablar de paz en mi país, pedir a los fieles que oren por Venezuela y fotografiarse con algunos líderes de oposición no es suficiente. He llegado a sentir que, en lo que a la tragedia de mi país se refiere, funcionas más como Jefe de Estado que como cabeza de una iglesia que ve a Dios en cada hombre. Tengo esa sensación de que, en el caso de mi país, los asuntos políticos tienen más peso que la sensibilidad social, que los principios de humanidad, que la doctrina católica.
El problema en Venezuela va más allá de los intereses políticos de unos cuantos. Allá, al norte de Sudamérica, hay gente que muere por falta de alimentos, de medicinas, por la violencia generada y mantenida por un régimen dictatorial que se ha hecho rico abusando de un país, de sus recursos, mientras millones nos hemos visto en la necesidad de huir.
Ante esa realidad, Su Santidad, porque aunque te trate de tú y más allá de mi desilusión, no dejo de respetar tu investidura, nunca fuiste tan directo, tajante y franco como lo has sido antes, y este no es un problema reciente, sino un asunto de años.
Cuando mi familia, mis amigos, conocidos y hasta la gente de la calle te fustiga por eso, me toca bajar la cabeza, porque en mi corazón sé que tienen razón, por eso tengo que decirlo: ¡Qué pena Francisco!
Qué pena me da saber que nunca has llamado a la situación de Venezuela por su nombre; que pena esta sensación de que los venezolanos están lejos de ser importantes para ti, piedra angular de mi iglesia; que pena confirmar que mientras el mundo reconoce la dictadura, tú no dices nada.
Sólo espero que no hayas dejado de pedir a Dios por nosotros, y te recuerdo la oración de San Francisco de Asís, ese Santo en quien te inspiraste para cambiar tu nombre.
“Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz”.