Zeudy Acosta Paredes / @zeudycosta
De verdades y mentiras está impregnada y sentenciada la vida. Las hay necesarias, blancas, piadosas, las que como verdades, también matan; pero cuando se convierten en una máxima, una suerte de ley para prevalecer, se pervierte todo, se llega a consagrar aquel lema que era más que símbolo, una premisa durante la era hitleriana, creada por el maquiavélico Joseph Goebbels, «una mentira dicha mil veces, se convierte en verdad».
Que tienen patas cortas, eso es cierto; que son un mal necesario, también es indiscutible. Que es de la propia naturaleza del hombre mentir, probablemente sea verdad; y que aquellos que ostentan el poder son más pervertidos en este sentido, la historia de la humanidad lo certifica. Hay sin embargo, los que superan cualquier record, lo cual se entiende, pues es la única vía que tienen para disfrazar sus farsas, su ruin pensamiento, incluso su propia desdicha. Necesitan mentir para convencerse a sí mismos de que no están desbocados camino a una indefectible perdición. Eso pasa con la tiranía en Venezuela, con esa banda de buitres, psicópatas e indolentes, embusteros implacables desde hace 20 años.
… son cuenteros sin escrúpulos, sin piedad, sin desperdicios. Han mentido durante dos décadas con un seudo socialismo…
En la propia campaña en 1998, Hugo Chávez mentía, y una vez en el poder, se fue transfigurando en un mitómano por excelencia, con su célebre frase “ser rico es malo”. Entre promesas populistas y absolutistas, se cimentaron las bases de un régimen que no sólo ha sido capaz de generar falsas expectativas en la población, y de mentir hasta la saciedad, sino que además, lo ha hecho de forma tan magistral, que por un buen tiempo la mayoría de los venezolanos creyó fielmente en ellos. Catorce años en el poder y La Casona que un día prometió sería para albergar a niños que deambulan por las calles, la disfrutan sus hijos y nietos. Y así le prosigue un montón de trolas: el saneamiento del río Guaire, el respeto a la propiedad privada, la no pretensión de reelegirse, la ruta de la empanada, La Carlota será un parque, la construcción de refinerías, los gallineros verticales, los cultivos hidropónicos. Mienten acerca de la existencia de presos políticos y las torturas a éstos, cuando es consabido que se trata de una estrategia sistemática denunciada con pruebas presentadas por las propias víctimas, de las que periodistas como Sebastiana Barraez da cuenta en Twitter, por ejemplo.
Falsas ilusiones se nutrieron por años de parte del difunto (cuya data de muerte también fue mentira); pero quien le sucede en el cargo, Nicolás Maduro – de nacionalidad dudosa-, no le perdió pista a su padre político, quien además se le apareció en forma de pajarito. Por el contrario, dignificó su legado de engaños, entre ellos, los intentos de magnicidio, que Chávez también sostuviese en su momento. No obstante, el desmadre de la economía nacional, que ya venía en picada con el “Comandante efímero”, no ha tenido precedentes, y por más maquillajes, cortinas de humo e historias al más alto nivel hollywoodense que se hayan inventado, no han podido sostenerlas en el tiempo. Hay verdades que son inocultables, y la realidad de hambre, exilios y mortandad que sucumben al país, dan al traste todo intento de la tiranía mitómana, por culpar a Estados Unidos o a cualquier otro.
Todos los personeros de la dictadura mienten a toda costa, son cuenteros sin escrúpulos, sin piedad, sin desperdicios. Han mentido durante dos décadas con un seudo socialismo, que sólo es tal cosa de la boca para afuera, porque de la boca hacia adentro, comen caviar y beben champaña y whisky de la mejor cosecha.
Hugo Chávez mentía, y una vez en el poder, se fue transfigurando en un mitómano por excelencia, con su célebre frase “ser rico es malo”.
Son la desfachatez hecha premisa y niegan la crisis humanitaria imperante, pero aceptan ayuda de alimentos y medicinas provenientes de China y Rusia, que al parecer también fue pura pantalla mediática. Mienten cuando se autoproclaman defensores y promotores de la paz, rodeados de los colectivos. Mienten acusando a la oposición de querer robar los activos de Citgo, cuando el régimen metió la mano en ese fondo, hasta secarlo.
Y aún cuando la mitomanía es un enfermedad aparentemente inconsciente, estos malandrines la llevan con prestancia disfrazándose de ovejotas esquilmadas frívolas y calculadoras, capaces de describirse a sí mismos, culpando a sus enemigos de los desaciertos y desafueros que les anteceden. Son como un acto reflejo frente al espejo, desde el cual sus tácticas discursivas, ahora detallan la malignidad, la torpeza y sordidez que es sólo suya.
Entonces, aparece Jorge Rodríguez, asegurando que la debacle eléctrica y el daño de equipos a un francotirador (pero ya antes la culpa recayó en una iguana, un ataque cibernético)\ al tiempo que califica de psicópata a Juan Guaidó (a esto me refiero con lo del espejo). Mientras el pais está a oscuras, afirma que el servicio está restablecido y el estado Zulia carga con la peor no sóparte. Entre tanto, Maduro miente sobre la supuesta guerra económica y una retahíla de situaciones, así como sostiene frente al gremio educativo que vela incansablemente por su bienestar “mejoramos las tablas casi mensualmente, más allá de donde las cobijas nos permiten”. Podríamos, ciertamente, escribir una enciclopedia acerca de este tema, de los embustes que en 20 años han caracterizado a la tiranía, por ello cuando recuerdo un tuit del periodista Luis Carlos Díaz, siento que está todo dicho: “El régimen miente, no importa cuando leas esto”.