Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta
El sector castrense en Venezuela, siempre ha tenido protagonismo en los asuntos políticos y destinos del país. En efecto, podría calificarse de decisivo (para bien o para mal, éste ultimo casi siempre), y muestra de ello pueden encontrarse en el devenir de su historia. Por ello, resulta incómodo pero razonable, que se insista en que los militares, terminen de plegarse a la Constitución Nacional en esta etapa determinante para el futuro del país, y no continuar siendo el hueso duro de roer.
Golpes, asonadas, rebeliones y conspiraciones han marcado trágicamente a Venezuela entre 1835 y 1992, para ser más exactos veintiún en total, incluyendo la protagonizada por Hugo Chávez y su combo. Todo se traduce a un siglo azotado por uniformes, voces altisonantes, fusiles criminalizando familias, y la bota que marcha aplastando todo a su paso.
En efecto, en la práctica, han sabido subrayar la muerte, por encima de la patria, prevaleciendo el culto al hombre y no a la institucionalidad.
La Armada, Aviación, Ejército y Guardia Nacional (los cuatro componentes de la FANB), es el brazo musculoso, pero estéril y deshonroso del sistema político venezolano. Su rol en pro de la democracia ha dejado siempre un mal sabor. Hay una estrecha relación entre las crisis y los movimientos activos de orden militar, pues parecen estar ligados a una constante intervención, que normalmente no contribuye a la resolución de conflictos, sino de acrecentarlos. Una especie de tradición los conduce a involucrarse siempre en movimientos fuera del orden constitucional de forma abierta o solapada, pero irónicamente, después de golpes militares, ha renacido la democracia.
Ahora bien, fue el Pacto de Punto Fijo, con sus aciertos y desaciertos, el que puso freno a la intervención militar en los asuntos de carácter político. Sin embargo, una vez aprobada la enmienda constitucional del 99, se incorpora a este sector para tener protagonismo -mas allá de ser custodios de los procesos electorales-, otorgándoseles el derecho al voto -como en muchas naciones del mundo-, sólo que en Venezuela se desfiguró por completo la institucionalidad castrense al asumirse y declararse públicamente como una fuerza armada socialista y chavista, que comulgó además con el lema «Patria, socialismo o muerte» en su momento. En efecto, en la práctica, han sabido subrayar la muerte, por encima de la patria, prevaleciendo el culto al hombre y no a la institucionalidad.
De hecho, asumida la investidura como Primer Mandatario Nacional, Hugo Chávez, no tardó en mostrar su talante como militar, aunque al principio supo enmascararse. Exmilitar y exgolpista, se encargó de ubicar a sus leales uniformados o no, en cargos ministeriales y de importancia capital como PDVSA y el SENIAT. Le siguieron las gobernaciones, las alcaldías, y todo en cuanto pudieran meter mano dura, pero no para reactivar y convertir al país en una pujante nación, sino todo lo contrario, se encargaron de destruir progresivamente – además de la imagen medianamente respetable del hombre de verde-, la industria minera, agrícola, pecuaria y, hasta los servicios públicos como el gas, el agua y la electricidad. Una muestra irrefutable de que “zapatero a su zapato”.
Es así como, los oficiales de más alto rango, están vinculados al Estado narcomilitar, a quienes se les conoce mundialmente como el Cártel de los Soles, muchos de éstos con multimillonarias cuentas en el exterior, mansiones y otras propiedades que sirven como mecanismo del lavado de dólares para lo cual usan a testaferros, y sin embargo, están fichados y muchos engrosan la lista de criminalización en investigación que se gesta desde EEUU. ¿Será esa la respuesta a la no intervención a favor de la democracia?
Eso sí, son valentones cuando se trata de agredir y aplicar el abuso de autoridad con el ciudadano común, pero ya sabemos que a la hora de la chiquita, son expertos en marcar la milla.
Entonces, además de la práctica del matraqueo, el contrabando en las fronteras y las aduanas, de robar flagrantemente en los puestos de registro de aeropuertos internacionales, de generar un gasto desproporcionado para el Estado -incluida ahora la milicia y las hiperbolicas sumas en la compra de equipamientos que jamás utilizarán, y cuya más reciente aprobación para la adquisición de armas es equiparable a 200 intervenciones quirúrgicas de médula ósea-, y de ser una total vergüenza para la nación en materia de seguridad y defensa, ¿Para qué sirve la FANB?. Por acción u omisión, han respaldado y sostenido a un régimen que ha dilapidado al país, que asesina de todas las formas posibles a niños, jóvenes, adultos y ancianos por igual.
«A la mala hora no ladran perros» reza el dicho, y esto es lo que nos ocurre en Venezuela, pues en ocasiones puntuales y decisivas han tenido oportunidad de defender y honrar la justicia, la paz y la libertad del pueblo y, en contraposición, defienden a la dictadura rodilla en tierra, literalmente arrodillados, sumisos y sublevados a las órdenes del tirano, frente al que se rinden babeados, desfilan como perfectos aduladores ciegos, sordos y mudos ante la calamidad imperante que también les salpica. Eso sí, son valentones cuando se trata de agredir y aplicar el abuso de autoridad con el ciudadano común, pero ya sabemos que a la hora de la chiquita, son expertos en marcar la milla, como la estampida despavorida que protagonizaron en el acto público donde explotó el dron en la avenida Bolívar. Ya sabemos de su capacidad para la valentía, siempre que se sientan guapos y apoyados, cuando la indefensión ronda.
Por acción u omisión, han respaldado y sostenido a un régimen que ha dilapidado al país, que asesina de todas las formas posibles a niños, jóvenes, adultos y ancianos por igual.
Por tanto, su parasitaria presencia viola flagrantemente la Constitución Nacional, pues se han plegado a un Estado fascista y criminal, como reales traidores y torturadores de oficio, además pagados para ello; no han sido más que batallones de acomplejados, engreídos y serviles sin sentido común ni humanidad. Pero sabemos que esta crisis también los va arrastrando en su aparatoso recorrido, indicando que “la procesión va por dentro”.
Hoy no importa cuántas estrellas o soles lleven las capotas o cuánta presión y amenaza les imprima el régimen. Hoy importa quién desenfunda y dispara a la cabeza o el pecho, quién conduce la tanqueta, quién asfixia con bombas. Quién cierra las fronteras, o quién cobra para que las medicinas y los alimentos entren por los caminos verdes. Hoy prevalece que los perros, tarde o temprano, ladrarán ante los enemigos, ante la maldad, aún disfrazada de ovejas.