Dante Garnique / @dantegarnique
La tierra se abre y recibe mi semilla.
Recibo yo luego su fruto, sin llanto pero igual que un hijo, lleno de vida.
Pueden ser flores, frutas, hortalizas o a lo mejor, sólo su aroma. Olor a tierra. Olor a ella. Hoy recuerdo, hoy sólo puedo recordar. ¿Quién dijo que recordar es vivir? Para muchos, recordar es morir.
Recordar lo que pudo haber sido pero no es, y que aunque pudiese eventualmente ser, es más probable que no sea; porque no se está donde se debería o donde se desearía. Así es para muchos venezolanos, más de tres millones y medio.
¿Qué nos une, qué nos hace comunes y qué nos diferencia de quienes no son venezolanos? Recordar es morir. Cada día, ¿es acaso un día más o un día menos? Un día más, vivido, pero también uno menos de vida; y cuando esos días transcurren lejos de la tierra, de esa tierra cuyo aroma sólo se puede recordar, ¿son entonces días más de vida, o días menos?
Esta tierra es distinta, no huele igual, pero me regala sus frutos que me saben dulce, pero me amargan. ¡Qué emoción acompañó a mi primera hoja de cilantro cosechada, cuánta nostalgia me produjo! ¿Dónde está la diferencia al hablar de petróleo o de papas y cebollas, si todos provienen de la tierra?
Mis recuerdos huelen unas veces a mar, a sardinas fritas, pero no a petróleo. La tierra de aquí ensucia la ropa y los zapatos, la tierra de allá se saca con unas sacudidas al secarse. Esta tierra es diferente, pero me brinda sus frutos, se abre a mi, se abre.
Hoy somos nosotros a quienes se nos ve llegar; pero cuando éramos nosotros quienes veíamos a otros llegar, los podíamos diferenciar por sus rasgos comunes. Unos olían a especias, otros a pan, algunos a cemento; pero a nosotros, ¿cómo nos identifican, a qué olemos, a petróleo?
No recuerdo en mi infancia haber salido al jardín de la escuela a plantar alguna flor o sembrar una semilla, pero sí recuerdo las tareas sobre la “riqueza petrolera”.
No me olvides, es la flor que hoy, de manera espontánea me brinda esta tierra que no es mía, que huele diferente, que ensucia diferente.
Hasta hace algunos años, recordar es vivir, era tan sólo una frase usada con cierta frecuencia por una tía vieja, quizás sacada de algún bolero que acompañase sus días de moza. Hoy, es un eco que retumba en mi cabeza cada día cómo una pregunta cínica y mordaz.
¿Qué puedo hacer hoy con mi petróleo? ¿Cuál será la respuesta a mi pregunta ahora que tu “arestín mañanero no me mojará los ruedos”? Te veo tan solita.
Aquí no he podido nunca comerme un chocolate como mantequilla sobre arepa recién hecha, porque aquí el chocolate hay que morderlo fuerte a cualquier hora del día y en cualquier época del año, pero el cacao es el mismo. Hoy sólo puedo recordar sus semillas como otro mucílago de nuestra infancia, el mamón y el cotoperix. ¿Recordar es vivir?
También se recuerda a los muertos, sobre todo a los que no se pudo ver morir por culpa del destierro y la distancia. Los muertos que se ven morir duelen menos que los que no se ven morir.
Esta tierra se abre, se abre a mi y me regala sus frutos, no me olvides.
No me olvides.
Miércoles 22.05.2019
A Dayse Bolívar