NADA SERÁ IGUAL

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Zeudy Acosta Paredes / @zeudyacosta

Para todos, sin excepción alguna, hay un antes y un después del Coronavirus. Bien, para los habitantes de China (donde se originó todo), como para los países que progresivamente se vieron afectados en la cadena de contagio, hasta convertirse en la pandemia que conocemos hoy. Las consecuencias, en todo orden mundial, son innegables, como también la posibilidad de que, una vez superado este trance (porque en algún momento ha de ocurrir), nuestras vidas prosigan como antes. No existe manera de que volvamos a ser los mismos.

Para entendernos mejor. No importa cuán religioso o creyente seas, o si por el contrario eres ateo. Tampoco el nivel de positivismo, o disciplina metafísica que te acompañaba antes o ahora. Si practicas yoga, si logras aislarte con meditación; en quién o qué creas, mucho menos cuánto escepticismo te rodee. No resulta relevante a qué te dedicabas, cuáles eran tus aficiones, tus hábitos, tus planes y proyectos, tus sueños. Después del COVID-19, absolutamente, nada será igual. Incluso para aquellos que, aún confinados, trabajan desde casa cuando antes lo hacían en oficinas, empresas, negocios personales.

¿Por qué afirmo esto? Tiene una sencilla, pero clara explicación. Nunca nos habíamos visto bajo una amenaza de tal magnitud. Y no una ciudad, una región, unos cuantos países. Se trata del mundo entero, los más de 7, 8 billones de habitantes del planeta (al menos antes de la asombrosa cifra de muertes que ha dejado el Coronavirus). Ha sido como si una enorme ola se avecinaba, y la veíamos venir, pero muchos creíamos que podía ir bajando de nivel hasta apaciguarse y ser una inofensiva. Muchos en nuestra terquedad, incredulidad y “positivismo” estábamos convencidos, que nada pasaría. Por tanto, no nos preparamos para llenar los pulmones de aire y hundirnos mientras la veíamos pasar, sintiendo apenas cómo nos mecía; muchos fueron quienes creyeron que podían montarse en la cresta y salir ilesos, y el resultado, ya lo conocemos. Allí en la orilla de la playa, entre tanto -luego de ser vomitados por la ola-, sin saber qué les aguarda, también hay otro tanto de gente.

teniendo una amenaza tan cerca, nos hemos atrevido a plantarnos frente a ella sin máscara, como si fuésemos eternos, cuando quedó demostrado que los «superhéroes» también mueren.

Para los médicos y enfermeras que han atendido la emergencia del COVID-19, para quienes gobiernan. La propia ciencia que ha sentido en carne propia el coletazo del huracán, los maestros o profesores que han debido reinventarse en materia educativa. Los padres que han asumido 24/7 la crianza de sus hijos y desarrollar la creatividad; para los deportistas que se prepararon por años para las Olimpiadas o la Eurocopa. Las familias que perdieron a parientes o aquellos que luchan por sobrevivir; el saludo y los abrazos, para todo y todos , hay un antes y un ahora.

Ahora mismo, las incidencias de la pandemia no sólo se resumen a un elevadísimo y lamentable número de fallecidos, que suscribe aquello de “sin distinción de razas, credos, ni religiones”; además de los contagiados que luchan por sobrevivir. Hay cifras que se deslindan de la crisis económica que padecerá el mundo por meses, quizá años, mientras busca recuperarse; como los divorcios que se han derivado de la insana convivencia de los últimos meses, con especial énfasis una vez declarada la cuarentena mundial. Pero no todo queda allí, hay un registro inusitado de embarazos no deseados que podría ascender a los 7 millones, según calcula la ONU, cuya principal causa –valga decir-, es la imposibilidad de adquirir anticonceptivos. Sin embargo, destacan que otros se derivan del incremento de la violencia de género (pues se estima aumentan en un 20% durante los períodos de encierro y, suelen terminar en encuentros sexuales de diversa naturaleza).

Por eso recalco e insisto, ni que queramos, las cosas volverán a ser las mismas. Y siendo más sensatos ante la realidad y, con nosotros mismos, la actitud, el pensamiento y el comportamiento humano, indefectiblemente, no debería ser el mismo, si en realidad deseamos que nuestro entorno, el mundo y nuestras propias vidas se transformen. Nos encanta hablar sobre la necesidad de cambios, de modificaciones, pero siempre que sean los otros, nunca que comiencen en nosotros.

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Dicen que esta pandemia, con todo lo que ha conllevado, ha logrado sacar lo peor y lo mejor de cada uno (los políticos meren un capítulo aparte). Estoy de acuerdo con ello, pues pareciera que la tendencia es a comprendernos y respetarnos cada vez menos, a sabiendas de que somos tan vulnerables, y de la forma en que nos ha encarado el virus frente a la vida. Hicimos una pausa, un sostenido STOP, pero teniendo una amenaza tan cerca, nos hemos atrevido a plantarnos frente a ella sin máscara, como si fuésemos eternos, cuando quedó demostrado que los «superhéroes» también mueren.

Nos encanta hablar sobre la necesidad de cambios, de modificaciones, pero siempre que sean los otros, nunca que comiencen en nosotros.

En contra parte, logramos ver cómo los más pequeños de la casa, pudieron adaptarse mejor a ciertas condiciones del confinamiento. Felices seguramente porque han tenido cerca, por más tiempo, a la familia, cantan en balcones, tienen cuentas propias en redes sociales para desarrollar creatividad, aprendieron nuevas formas de educación; ayudan en la cocina y, por qué no, aparecen sorpresivamente en videollamadas de trabajo de sus padres. Resiliencia, le llaman.

Las almas caritativas se han multiplicado, las bolsas de comida colgadas en árboles, o en porches de casas para consumo de quien necesite, se han hecho presentes. Patrullas de policía dejan su rol represor para conectarse con Dios en los vecindarios. La música, como idioma universal, ha abierto ventanas y multiplicado sonrisas al amanecer o en noches de temible soledad y oscuridad con violines, saxofones, flautas o un cuatro venezolano en el exilio. Bailarines embelesan con sus performances en calles fantasmales, al tiempo que éstas son testigo de dudas, confusión y desobediencia, pero puertas adentro, la renovación, regeneración de fe, por ejemplo, hacen lo suyo, aun en pensamientos e intenciones; porque necesariamente, de ahora en adelante, nada será igual.

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