RATATOUILLE I/III

dialogo-con-hambre-2

Dante Garnique / @dantegarnique

A la hora de la comida, eran habituales los sermones sobre la salud y el crecimiento para llegar a ser grandes y fuertes, como si eso le importase a tres chiquillos revoltosos.

El discurso terminaba con la siguiente frase, palabras más, palabras menos: “de allí no se levantan sin haberse comido todo”. Era entonces cuando comenzaba una danza de platos llenos y vacíos, hasta que uno de los párvulos acababa con la comida de los otros dos hermanos. Vacíos los tres platos, resonaba el consiguiente grito “¡mamá, ya terminamos!”. Ella llegaba, supervisaba con un vistazo vestido de severidad matriarcal y todos contentos. A seguir jugando encima de la mata de guayaba o llamando por el patio trasero, a los imberbes del fondo, de al lado, o a seguir con el charquito que unas veces era lago para polluelos de patos y otras, jardín acuático.

¡Y nada de estar comiendo en la casa ajena, que ustedes no están pasando hambre!».

Algo parecido ocurría los fines de semana, cuando había que visitar a las tías. Las tres vivían en casas contiguas. Vereda tres, sector cuatro, números 24, 26 y 28. Al entrar la invasión de enanos, eran interrogados: -“¿ya comieron?”. Dos sí y un no. Se escuchaban simultáneamente. -“Bueno, ven para que comas algo y después vas para casa de Norys”. Acabado el platillo, lo debido era visitar a la siguiente tía. Una vez en la segunda casa, el interrogatorio era el mismo, las respuestas las mismas; aunque esta vez la sazón tenía otra personalidad. Pero quedaba aún una tía por visitar. Idem; pero ya lo que quedaba por hacer era correr por la vereda con los primos y vecinos de similar estatura.

En ocasiones, la escuela despacha a media mañana, -”Ya saben, si por alguna razón salen temprano, se van para casa de La Comadre y me esperan allá hasta que yo vaya a buscarlos. ¡Y nada de estar comiendo en la casa ajena, que ustedes no están pasando hambre!».

Al llegar a casa de la Señora Francisca, la pregunta era la misma que en las casas de las tres tías, las respuestas, las mismas, con un pequeño agregado. El café de la Señora Francisca no lo superaba ni el de la abuela Santiaga. ¡Ah, bueno!, había otro detalle. El patio de la casa de La Señora Francisca lindaba con el de Bolas Criollas del Señor Amalio, padrino de Talia y abuelo de Gladys, Livita, José, Nené e Iris, hijos de La Comadre. La cuerdita era de ocho mas Peyuya, la perra, a quien apodaban Yuya.

Mamon

¿Cómo describir aquel mundo sin quedarse a medias? Bueno, ¡Narnia se quedó pendeja! Había como mínimo una docena de matas de mango y una de mamón. Los tobos eran azules algunos y otros naranja. Los mangos de hilacha eran los preferidos de las mamás. Había una técnica especial para comerlos y evitar el apretujamiento producido por los hilos enredados entre los dientes y la presión que se producían sobre las encías. Se golpeaban contra las paredes de los alrededores de aquel mundo bucólico, hasta conseguir que estuviesen lo suficientemente blandos como para extraer a sorbos, de su interior, a través de un pequeño orificio que se hacía en la parte opuesta al pedúnculo, con un mordisquito; el almíbar de ese producto maravilloso de la naturaleza.

El Boca’o es la única fruta que viene con receta incorporada, los hay para todos los gustos y no hay que saber cocinar ni leer…

Las mangas, había que tomarlas, de preferencia, directamente del árbol. Existía para ello, una vara de mamón de unos tres metros, con un garfio en uno de sus extremos. Esto se hacía para que su jugosa y anaranjada pulpa conservase su consistencia y ese acidito que producía cada bocado, al fondo del paladar, con sus justos tonos azucarados, como el de la natilla o del arroz con leche. Pero si no, igual se recogían del suelo, con su piel repujada por decenas de pequeñas piedras que el sol hacia brillar como si fuesen diamantes. Cuando se recogían del suelo, se veían así como las palmas de las manos o la piel de las rodillas, luego de un aterrizaje forzoso en viaje a patín o en bicicleta. En este caso, su dulzor se multiplicaba de manera exagerada y la consistencia era gelatinosa.

Los de boca’o. ¡no, no, no, no no!, de no saber que en la Grecia antigua no existían matas de mango, pudiera decirse que ellos eran la Ambrosía. El Boca’o es la única fruta que viene con receta incorporada, los hay para todos los gustos y no hay que saber cocinar ni leer, ni se requiere de ninguna otra habilidad distinta a tenerlo entre los dedos. Ellos vibran entre un verde salud y un rosado cachete de bebé, sublimes. Los hay amarillo pollito, moteados con la piel rojiza y se pueden comer solos, maduros o a medio madurar, o verdes, con sal y sazonador. Dios ha debido inspirarse en el Mango Boca’o, para crear el círculo cromático. Después de los juegos de futbol, la “R”, el Loco Escondido, o cualquier otra aventura propia no sólo de la edad, sino sobre todo de la época, estaban aquellos tobos llenos de melosos mangos con ese sabor a gloria, esperando a ser vaciados.

Dios ha debido inspirarse en el Mango Boca’o, para crear el círculo cromático.

Una vez, trabajando en una emisora de radio, al salir de cabina, se estableció una de esas conversaciones necesarias para llenar el espacio entre un programa y otro, había que esperar la hora para el espacio de Reggae. Memerula, todo un personaje, contaba con orgullo de su alucinógena plantación en una casona recién comprada en El Limón y en remodelación respetando la arquitectura original y los deseos de su esposo extranjero, ingles, quizás; detalles que se escapan. Ese día, sobrevino, así como la afortunada muerte de Voldemort, el tema de las frutas, los postres y la sobremesa. ¿Por qué, un pedazo de pera con algo de Brie, o unas fresas endiabladamente grasientas a punta de crema batida o ciruelas tibias envueltas en jamón serrano son tan deliciosamente degustados, cuando una rebanada de Mango injerta’o no le da ni por las patas?. Es cuestión de elegancia, decía.

En aquella Narnia criolla, habitaba también Crispín, un monito quien una vez mordió en la pierna a uno de los chicuelos, en medio de una disputa por un mango. Sabrán ya, quien ganó. ¡Mono igualado! Allí también, se podía aprender a batir chicharrón y a hacer morcillas y que del cerdo no se desperdicia nada más que lo que lleva en sus cerdas entrañas, los pelos y los huesos. También se vendían, a medio, las más crujientes empanadas de carne molida que niño alguno haya podido comer.

Hoy ya, El Club Don Amalio no existe, tampoco La Señora Francisca, para no decir de las matas de mango. “¡Nadie en lo alegre de la risa fíe; porque en los seres que el dolor devora, el alma llora cuando el rostro ríe!”. Garrik. Juan de Dios Peza.

Jueves, 30.04.2020.

A Tí, Esma y a La Comadre Francisca, quien nunca habrá de conocer estas palabras.

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